El saber, la alegría, la belleza, el arte siempre incomodan a las dictaduras, como sucedió bajo Stalin y Hitler en uno de los períodos más tenebrosos del siglo XX, los años del “realismo soviético” y de las pomposas construcciones del nazismo, la mayoría de las cuales logró sobrevivir los bombardeos de venganza de los Aliados, incluyendo la despiadada destrucción de Dresden, Colonia, Hamburgo y grandes y hermosas urbes dispuesto por Truman y Churchill cuando Alemania estaba vencida.
Con frecuencia los nazis, al igual que los soviéticos, calificaban la obra de muchos artistas como “arte degenerado”, calificativo aplicado tanto a Lovis Corinth como a Erik Nolde, que pasó esos terribles años pintando obras de pequeño tamaño que podía esconder.
Truman fue quien ordenó lanzar bombas atómicas sobre dos ciudades japonesas, cuando habría sido más que suficiente detonar un artefacto en una ladera del monte Fuji para lograr la inmediata capitulación del Japón, la que los japoneses habían previamente iniciado en Suiza contactando a los Aliados.
El “realismo soviético” obligó a los artistas a ceñirse a estrictos cánones, como luego lo confesó Dimitri Schostakóvich, que literalmente para sobrevivir titulaba sus composiciones con los ridículos eslóganes estalinianos: oda a los trabajadores que cumplen sus cuotas, etc., además de incorporar melodías propias de la vieja Rusia, que tantas grandes obras musicales ha legado al mundo.
El arte y la cultura, el saber, no son prioridades ni bajo el actual régimen de nuestro país ni menos en Nicaragua, donde Ortega ordenó el cierre y estatización de siete universidades privadas por el rechazo de sus docentes y alumnos a los desmanes y atropellos de la dictadura, los que incluyen la detención de todas las personas que podían presentarse como candidatos y derrotar a Ortega con toda seguridad.
Como mal le paga el diablo a quien bien le sirve, el déspota mandó a encarcelar y así dejó morir al exguerrillero Hugo Torres, quien en 1974 lo rescató y salvó de perecer en las prisiones somocistas. Torres fue detenido hace ocho meses por manifestar su oposición a la dictadura, lo cual le valió la acusación de “traidor a la patria”.
Mas soldadescas, más armas, pero menos universitarios
La incomprensión del régimen salvadoreño por la educación, la cultura y el arte se ve en tres hechos:
—el primero, se ha minimizado y se han efectuado cuestionados movimientos al CENAR, el centro de enseñanza artística nacional por excelencia. Ojalá que el presupuesto dedicado al CENAR, al arte, no haya ido a dar a donde sabemos que gran parte de los dineros públicos se desvanecen;
—el segundo, la reducción del presupuesto para formación de la Sinfónica Juvenil, al mismo tiempo que se le quitó la ayuda a la Ópera de El Salvador y a la Compañía Ballet de El Salvador. El régimen dice que ha formado entidades paralelas, pero nadie las ve;
—tercero, el régimen de Bukele ha tratado de denigrar y embestir con sus comisiones legislativas incondicionales a la UCA y sus autoridades. En pleno siglo XXI aún funcionan escuelas en champas de lámina o abandonadas, como en Acajutla o Cuscatancingo.
El grupo en el poder nunca ha dado señales de interesarse por la cultura, las bellas artes, el saber por el saber: su permanente obsesión es intentar controlarlo todo en el país, manipular las vidas de todos en este suelo, ponerlas a su servicio.
La peor señal en tal sentido es el plan de incrementar en veinte mil soldados el Ejército, un cuerpo que se ha vuelto parte de la política y con ello viola uno de los preceptos más importantes de la Constitución y los Acuerdos de Paz, al igual que se ha socavado la independencia del Poder Judicial y del Ministerio Público. En otros términos, hay dinero para aumentar la soldadesca al servicio del régimen, pero no lo hay para incrementar el número de profesionales de carreras liberales o técnicas, de que en el país haya más médicos, ingenieros, administradores, artistas...