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Hablemos sin pena de salud mental

Yo sufro de depresión, y lo digo sin pena en un rotativo. Lo digo sin pena porque alguien que es diabético, o cardíaco, o tiene cáncer va dónde el médico y si uno es depresivo, va también.

Por Carmen Maron

En este mentado mundo sentirse deprimido es un pecado, y , desde el auge de las redes sociales, aún más. Vivimos en una sociedad de fotos sonrientes y corazones rotos.

El domingo pasado, Cheslie Kryst, ex Miss América, ex atleta y abogada, se suicidó saltando de un piso 29. Y antes que ponga un comentario piadoso acerca de si le faltaba o no fe, Dios, o lo que fuera, piense por un momento cuán desesperada debe de estar una persona, cómo se ha de sentir de desolada como para tomar una decisión tan radical. El suicidio es algo que va contra el mismísimo instinto de supervivencia del ser humano.

Yo sufro de depresión, y lo digo sin pena. Lo digo sin pena porque alguien que es diabético, o cardíaco, o tiene cáncer va donde el médico, y si uno es depresivo, va también. Yo sufro de depresión endógena —causada por desbalances químicos en mi organismo— y voy donde mi psiquiatra todos los meses. Ah, es que no tengo fe. No, señores, voy donde mi Director Espiritual también, todos los meses, para que cuide mi alma. Lo primero que se tiene que entender de la depresión es que la pastillita de la felicidad no existe. Lo que sí existe es la medicina de la empatía. Miren, lo peor que pueden hacerle a una persona deprimida es imponerle gratitud/esperanza/soluciones. No le digan que se compare con otros. No minimicen su dolor. No le digan que hay una solución espiritual para sus ataques de ansiedad. Si lo hicieron una vez y les dijo que no y se fue por la tangente, sólo escuchen. La mejor cura para la depresión es el arte de escuchar. El mejor amigo, el que escucha sin juzgar.

En lo que va de la pandemia he sabido de dos conocidos que se han suicidado. Y digo “he sabido” porque ni siquiera hay misericordia ante una muerte tan dolorosa, sino tan solamente estigma, así que las familias la callan, como tampoco la hay para la depresión, a pesar que uno no tiene que hacer más que sentarse en un restaurante y escuchar que TODO mundo habla acerca de la cuarentena. No la hemos superado. Somos un país de deprimidos.

Yo me considero afortunada. Mi terapista es fantástica y entiende mi fe. Mi Director Espiritual no se ha equivocado aún. Trabajo en un ambiente feliz que me acerca a Dios y pertenezco a una comunidad parroquial fantástica. Tengo los medios y el tiempo de ir a misa diaria si quiero. Tengo amigos que me escuchan sin juzgar y una familia con la cual puedo abrirme y en la cual se nos crió sin tabúes ni estigmas acerca del tema. Pero mucha gente no tiene eso y, además, tiene que lidiar con tener que llevar sustento a su familia sin siquiera tener con quien hablar. Y eso esta mal.

Esta pandemia, que parece nunca terminar, nos ha llevado a muchos al punto de quiebre. Es necesario que admitamos que estamos deprimidos. Busque un psiquiatra o un psicólogo si puede, busque un sacerdote o pastor que le aconseje sin juzgar, busque amigos que le aprecien como es y, por favor, si siente que la vida no vale la pena, no se lo guarde, no lo esconda, no se trague su dolor, ¡GRITE hasta que consiga ayuda! Y si usted sabe de un amigo o familiar deprimido, ayúdelo apoyándolo y llevándolo a donde puedan ayudarlo.

Porque su vida y la mía y la de todos vale.
Porque la depresión no es un pecado
Porque la salud mental no puede ser un tabú.

Si leyó este artículo y sabe de alguien deprimido/a, no comente. Mejor háblele, abrácele, comencemos una enorme red de solidaridad.

Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.

KEYWORDS

Opinión Pandemia Salud Mental

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