Como escribiera el enamorado trovador, él era feliz antes de aquella herida de amor y de gaviotas que le dejara el romance de un naufragio. Hasta que la encontró a ella, golpeada del vuelo -como la paz y la verdad- sobre los riscos de la vida. Por su misma naturaleza le llamó “Gaviota”. Y nunca imaginó que le enseñara a volar y amar, como tampoco él enseñarle a versar. “Versar”, que es el dulce oficio de imaginar la vida, de crear versos que hablen del amor y del olvido; del misterio y la felicidad; de la nube y la flor; de la noche y del alba. A días-luz de entonces, el porteño regresaba al instante inmemorial de su perdido romance. Siempre mirando al cercano e inalcanzable mar. Sin aves viajeras ni veleros fantasmas en algún lugar del tiempo y las distancias. Contemplando la vida o lo que faltaba de la vida. En otra ocasión le preguntó al adivino de la aldea: “¿Por qué se iría mi gaviota enamorada de este puerto, dejándolo vacío y sin su vuelo? ¿Por qué luego de ser mía se hizo brisa y despedida? Mago Señor -insistía- dime por qué. ¡Cuéntame la verdad de esta historia, que me hace penar por seguir ella en mí y a la vez lejana! Imaginándola volver a lo que fue y ya no está, pero que sigue allá, sobrevolando el piélago azul de la ausencia.” (VI) (De: “El Mar de las Leyendas” C.B.)
Herida de amor y de gaviotas, la paz y la verdad
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