Al ver que “Gaviota” llevaba una herida en su pecho, el porteño le relató una historia. Precisamente a ella que había llegado desde el mar: “Yo era pescador se peces invisibles -dijo. Un día encontré en las playas una gaviota con una flecha clavada en su pecho. La herida había encallecido con el tiempo y el ave viajera no murió, pero quedó viviendo con aquel doliente dardo, atravesando su vuelo. De retirarlo, probablemente moriría. Entonces la cuidé por un tiempo, llevándola a los esteros para ver las barcazas y los peces voladores sobre el agua. Sin embargo, el ave aquella no podía detener su viaje. Por eso -al sanar- se fue un día de tantos, como todas las aves marinas del deseo.” “¡Quédate conmigo, gavina de mi sueño!” -pidió el porteño trovador a la hermosa mujer del naufragio. “No puedo -respondió aquella. Voy buscando un lugar.” “Todos buscamos un lugar. Y ese lugar suele estar dentro de ti”, respondió aquel, poniéndole la mano sobre el pecho. La luna surgió del universo y ella se abrazó al pescador. “Me quedaré un instante -dijo en voz baja. O tal vez unos días…” La viajera habría de partir algún mañana pero, en el fondo, quedaría con él. Porque -aunque se fuera como toda viajera- “Gaviota” seguiría junto a él, allá en los riscos. Suya y del piélago. Fugaz, lejana e imborrable. Como las lunas de sal que -luego de resplandecer allá en lo alto- se sumergían en las aguas, sin decir adiós.” (III) (De: “El Mar de las Leyendas” C.B.)
Herida de su vuelo la viajera
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