La dignidad (del latín dignitas= excelencia, grandeza) es una condición humana que hace referencia al valor inherente de la persona por el simple hecho de serlo, en cuanto ser racional, dotado de libertad. No se trata de una cualidad otorgada por alguien, sino consustancial al ser humano. No depende de ningún tipo de condicionamiento ni de diferencias étnicas, de sexo, de condición social, económica o cualquier otro tipo.
La idea de dignidad nace de dos fuentes: a) a nivel teológico, por considerar al ser humano creado a imagen y semejanza de Dios; y b) en el mundo filosófico humanista, desde la ley natural hasta el reconocimiento jurídico de la dignidad personal a través de la Declaración Universal de Derechos Humanos aprobada en 1948, en dónde se establece la dignidad intrínseca y el principio: todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos» (artículo 1°).
Según Benavent-Vallés y Martínez-Rivera (2022) la dignidad también se construye a partir de tres ejes fundamentales en el hecho de ser persona: la identidad como núcleo personal, la dimensión social como reconocimiento del otro en el proceso de formación de la propia identidad, y la libertad última que es el motor interno que permite a la persona tomar las decisiones oportunas en cada momento para forjar el propio itinerario vital.
En términos prácticos, tener dignidad implica respetar ciertos principios y valores, más allá de otros factores o intereses que desfiguran la ética en la toma de decisiones. Por el contrario, las personas indignas son aquellas que anteponen intereses económicos, políticos o personales sobre ciertos valores relacionados a la verdad, el interés común, lo correcto o lo prudente.
Tener dignidad también implica el ser consecuente con los principios e ideas que han guiado un modo de actuar y ser a lo largo del tiempo; se trata de un modo de estabilidad ideológica que no se altera por circunstancias o conversiones convenientes. Antes era de izquierda y ahora soy de derecha, antes era progresista y ahora soy conservador, etcétera.
Dos de los elementos que están más presente en las actitudes indignas son el dinero y el poder; estos dos factores son patológicos, enferman a la gente. Tal como medimos en el V estudio de Humor Social y Político la mayoría de gente tienen un precio, y el problema es saber cuál es esa cifra. Esto no es digno, no es ético y no es humano.
El dinero y el poder son dos virus muy poderosos que enferman a la gente, y sólo se curan con un buen polo a tierra, sea éste un consejero, lectura, escuchar a otros o simplemente verse en el espejo y hacer un examen de conciencia.
La gente cambia, y pasan de la dignidad a lo indigno de forma rápida; olvidan su pasado y sus palabras, hacen un conveniente borrón y cuenta nueva para adaptarse a las nuevas circunstancias que respondan a los nuevos intereses.
En nuestras investigaciones en el campo de psicología social hemos identificado seis factores que inciden en el cambio ideológico: poder, dinero, sexo, religión, crisis y miedo; uno de estos factores ya lo medimos -el dinero- los otros se mantienen como hipótesis.
La formación ciudadana para fortalecer la dignidad depende de dos elementos: a) La educación en la familia; y b) el refuerzo escolar de estudios cívicos. Ambos están en crisis; existen demasiadas familias disfuncionales en dónde no hay tiempo para conversar sobre temas axiológicos; y el intento de recuperar los estudios de moral y cívica siempre sucumbe ante las modas curriculares y el peso que poseen los contenidos matemáticos, físicos, químicos, literarios o sociales.
¿Quién forma al ciudadano (a)…? Las decadentes redes sociales y la sociedad educadora; ahí se aprende a odiar, a insultar, a consumir, a irrespetar todo lo que sea posible y hasta escribir mal. El sistema educativo está fallando desde hace años en esta tarea y no se da cuenta; solo se preocupa por las estadísticas básicas y clásicas de mediana calidad: promedio de Matemáticas, ciencias, Sociales y Literatura, que por cierto están mal y muy bajos. Es la ecuación perfecta…
Uno de los más importantes y cruciales conceptos educativos de la Antigua Grecia era la Areté que significa “excelencia” o virtud. Se trataba de una genuina preocupación del cultivo de la excelencia (del griego aristós = lo mejor).
Según Hipias de Élide, el fin de la educación o paideia era lograr la areté, que significa capacidad para pensar, para hablar y para obrar correctamente. La excelencia política (ciudadana) de los griegos consistía en el cultivo de tres virtudes específicas: andreía (valentía), sofrosine (moderación o equilibrio) y dicaiosine (justicia): estas virtudes formaban un ciudadano relevante, útil, perfecto y digno.
Las nuevas narrativas generacionales y lo que sucede en diversos ámbitos de nuestra vidas, a nuestro modo de ver, implican un sofisticado adelanto tecnológico y una acelerada deshumanización; esto articulado por un modelo fractal de nuevos intereses y minorías que complican el diálogo y el entendimiento humano; y aquí el eje de todo es el teléfono móvil, una extensión tecnológica de la nueva antropología digital.
La política alemana Angela Merkel afirmó: “Cuando hablamos de dignidad humana, no podemos hacer concesiones”, y esto tiene implicaciones personales internas y también desde la alteridad; no hay fronteras, no es negociable y ni debería ser un privilegio de pocos.
El mejor seguro de vida es la ética; poder dormir tranquilo sin remordimientos y sin traumas, pese a algunas limitaciones. No hay que hipotecar el futuro por el egoísmo, la politiquería o por un puñado de dólares. Es mejor ser dignos…
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Investigador Educativo/opicardo@asu.edu