El pequeño gigante de Soyapango se empeña en desmentir a través de los años a aquellos médicos que cuando nació le daban muy poco tiempo de vida. Aquel bebé que llegó al mundo con acondroplasia e hidrocefalía acaba de ganar su segunda medalla de oro en Juegos Paraparalímpicos, con doble récord incluido. Herbert Aceituno peleó por vivir desde que nació y hoy es emblema del deporte salvadoreño.
Herbert luchó, las peleó todas. Las dificultades físicas, las sociales y las económicas. No retrocedió nunca. La mejor recompensa al legado que supieron transmitirle sus padres que hoy lo ven, desde sus estrellas, en lo más alto de América.
Si a un deportista elite le cuestan años de esfuerzo y sacrificio llegar arriba -además del talento-, para un deportista con capacidades diferentes, los obstáculos se multiplican. Su nacimiento y la discriminación que sufrió desde pequeño es solo el inicio de la lucha. El hecho de animarse, de competir y de llegar a clasificar a un evento donde están los mejores de América, es de admirar y reconocer. Mucho más si sube al podio. Y más aún si se consagra como el mejor. Herbert hizo esto y en dos oportunidades. Además, en Lima 2019 fue premiado como el mejor paratleta de la competencia.
Las portadas de los diarios que ayer destacaron el reino de la artificialidad se olvidaron de un deportista de Soyapango, que sigue haciendo historia y vuelve a inscribir su nombre en lo más alto del deporte salvadoreño en letras doradas. Y, ya lo dijo, ahora a luchar por París 2024. Por más Aceitunos en El Salvador y en el mundo.