Hablar con Dios es, simplemente, hablar con la vida, con el mundo que nos circunda, con las aves y con las demás formas de vida de la creación virtual de Dios. Es aprender a hablar contigo mismo, con los seres que amas, con árboles, aves y montañas. Es hablar con el Padre y las estrellas. Es, abrir las puertas de lo invisible y de lo visible. Orar es además invocar a tu ángel, fortalecer tu alma y conocer la verdad interior. Es, al final, abrir los umbrales del mundo real y del mundo de los sueños. Las puertas del cielo y de la vida. Busca tu lugar santo, un sitio íntimo donde puedas desvelar la luz de tu “darsham” la definición sánscrita de “visión de la divinidad”, del ser y de la vida, que tengas. Meditar no es sólo la “moda yoga” heredada de la generación “Beatle”. Meditar es encontrarte a solas con tu divinidad interior; es calmar las aguas de tu fuente íntima, aspirar profundo el aire, buscar el centro de tu ser (situarte mentalmente sobre una gran esfera que es el planeta y luego sentirte suspendido en un lugar del vacío universal, con los ojos cerrados, sintiendo que eres el centro del universo). Luego abrir las ventanas de tu corazón y hablar al Padre, al Cósmico. Le des el nombre y la forma que sea. Si lo haces con la inspiración del amor, él te escucha y luego responde. En la vida real, porque Él es real como tus más preciados e invisibles anhelos. Vivamos entonces el prodigio de hablar con Dios y con la Vida.
El prodigio de hablar con Dios y con la vida
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