En casi toda mi vida profesional he ejercido la docencia. Para mí esto va de la mano con la labor clínica y asistencial. Siempre es saludable y entretenido estar en contacto con jóvenes que comparten con uno intereses similares. Sirve asimismo para mantenerse al día con los descubrimientos científicos y para afianzar lo que uno cree que ya sabe. Alguien dijo que una persona llega a dominar un conocimiento o técnica cuando la ve al menos una vez, cuando la hace al menos una vez y cuando la enseña al menos una vez. Muy cierto, uno no llega a dominar algo por completo hasta cuando lo enseña. Al enseñar nos damos cuenta de los vacíos en nuestro conocimiento y llegamos a estar satisfechos hasta cuando los hemos superado.
Por muchos años ejercí la docencia universitaria de la forma tradicional. Con la pandemia de covid-19 todo se trastocó. Y cuando me hablaron de clases virtuales, de Zoom, Meet y Google Classroom, y enlaces en Drive, para mí fue como que me estuvieran hablando en chino. No había oído hablar de estas plataformas. Fue un proceso un tanto doloroso aprenderlas, pero al final valió la pena. Son herramientas muy útiles en la enseñanza que la tecnología ha puesto en nuestras manos. Ahora que ya hemos vuelto a las clases presenciales estamos claros que es bueno conocerlas, y seguirán siendo utilizadas para una mejor comunicación con los estudiantes y como alternativa en situaciones especiales.
Al conocerlas aprendimos de sus múltiples beneficios, pero también de sus elementos en contra. Como los beneficios son ampliamente conocidos me referiré en este artículo de los puntos en contra que experimenté. Uno de ellos es que en las clases virtuales la participación de los alumnos en las clases baja mucho de nivel. Muchas veces, al hacer una pregunta a la clase, no recibí ninguna respuesta. Era tan escaso el nivel de participación que a veces creía que se había cortado la conexión y que había estado hablando solo, al vacío. Lo que en realidad sucedía era que los estudiantes se volvían tan pasivos que era difícil que reaccionaran. En las clases presenciales uno se da cuenta quienes están atentos, quienes andan en otro mundo, quienes participan y quienes se esconden ante las preguntas. En lo virtual esto no es posible y resulta un elemento en contra.
Otro punto en contra de lo virtual son los exámenes. Con el acceso a diferentes equipos el hacer trampa en un examen virtual es bastante sencillo. Uno de docente se da cuenta cuándo se ha hecho trampa, y a veces uno hace preguntas en los exámenes sólo para detectar fraude, sabiendo que esas preguntas muy difícilmente las contestarían en un examen presencial, y las contestan sin problemas. Así, no es el alumno que ha estudiado más el que sale mejor, sino el que hace mejor uso de las tecnologías. No es de culpar del todo a los alumnos, la tentación es muy grande.
Es cierto que hay estrategias que se recomiendan para disminuir estos factores en contra, pero también es cierto que con cada estrategia aparece una forma de sortearla.
En fin, en un balance general, las plataformas virtuales de enseñanza resultan de mucho provecho si se utilizan adecuadamente y se tienen en cuenta sus bemoles. Resulta muy satisfactorio haberlas aprendido, aunque en nuestro yo interno no las podemos comparar con la experiencia de ver a los estudiantes cara a cara.
Médico Psiquiatra.