Todos, en alguna medida, estamos familiarizados con el mito de “Adán y Eva”, la primera pareja de humanos de la cual supuestamente todos descendemos, formados directamente del barro a imagen y semejanza de su creador. Por ello, resulta interesante saber que otras culturas también tienen mitos similares, para el caso, los Vikingos también tienen su primera pareja: Askr y Embla.
A pesar de que, en la tradición vikinga, el mundo había sido creado con violencia y sangre a partir del cuerpo desmembrado de un dios asesinado, eventualmente, la creación llegó a gozar de una era de paz y tranquilidad. Similar a la descripción que nos proporciona el Génesis, el mundo creado por la potencia divina carecía de vida humana, solo vegetal y animal. Era un mundo gris al no existir personas -ni la inteligencia asociada a estas- y permanecía como un lugar carente de espíritu, sentido y color. Los dioses, aún en esa feraz y tranquila existencia…se sentían solos.
Ocurrió que tres dioses, Odín, Vili y Vé (¿reflejo de la Trinidad?) al caminar por la playa, se toparon con dos grandes trozos de madera de deriva (troncos flotantes) que la marisma había arrojado a la playa. Los tres se acercan y con esfuerzo dan vuelta a los troncos sobre la arena. Es ahí cuando comprenden que dentro de ellos “hay algo” … más o menos de la misma forma que Miguel Ángel, al observar un trozo de piedra, entendió que adentro estaba la escultura de David… En ese momento ellos deciden “liberar” ese algo que estaba dentro de los troncos.
Los tres dioses empezaron a trabajar la madera con las manos: la moldean, la cepillan y le dan forma siguiendo sus curvas naturales, puliendo sus imperfecciones, resaltando sus atributos. Se miran entre ellos y sonríen, entusiasmados por el gozo de crear. Poco a poco, esos seres que habitaban dentro de la madera se vuelven visibles, tomando forma bajo la presión de los divinos dedos que las estaban forjando. Un brazo por aquí, una pierna por allá y, por último, los preciosos rostros que esculpieron con paciencia y detalle.
No deja de ser curioso el orden en que nacen a la vida fue similar a lo narrado por el Génesis: primero el hombre y, hasta que este tiene vida, se le concede vida a su compañera, la mujer. Fue Odín quien sopló en su boca para concederles vida; primero tosen y jadean, previo a poder respirar libre y acompasadamente. El dios Vé les abre los ojos y oídos, pone en movimiento sus lenguas y suaviza sus facciones. Vili les otorga inteligencia y capacidad de moverse, liberándolos de la madera que aún los sujetaba a lo que quedaba de sus primitivos troncos que los contenían.
En una cultura profundamente vinculada con los bosques, no es de extrañar que el nombre de la primera pareja tuviera connotaciones forestales: Askr (fresno) y Embla (olmo). Una vez creados y liberados, los primeros hombres llenan el mundo con gritos de alegría, palabras y risas, mientras chapotean en el océano, saltando para tratar de alcanzar el cielo. Igual que Adán, se toman el tiempo para, junto a los dioses, señalar y poner nombre -una a una- a las cosas y a los animales. Una vez pasada la alegría de la creación, la primera pareja se toma de las manos y sin voltear a ver atrás, da la espalda a sus creadores y penetra en los bosques circundantes para desarrollar su vida.
Salvo la “caída” del pecado original, evento que no tiene paralelo en la mitología vikinga, las similitudes con la narrativa del Génesis que recoge la tradición judeocristiana son evidentes. Lo anterior resulta altamente probable tomando en cuenta que la cultura vikinga se desarrolló en una época en que la religión cristiana se estaba extendiendo por vastas regiones de Europa.
No obstante, la mitología detrás de la existencia de una “primera pareja” no es exclusiva del Génesis, existe en todas las religiones y culturas: sumerios, babilonios, egipcios, mayas, etc. y claramente responde a las inquietudes humanas ¿de dónde vengo, hacia dónde voy? Pregunta que, aún hoy, en esta época de la posverdad, inteligencia artificial y descubrimientos científico, continúa inquietando las consciencias de un mamífero que se llama a si mismo Homo Sapiens, que vive en un pequeñísimo punto azul perdido en la inmensidad del espacio.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica