Todo se ve mejor en la mañana, dicen. Tal vez porque amanecemos entonces con los ojos de un niño que mira con mayor claridad y asombro el esplendor del sol y de la vida. Tal vez porque es virgen su mirada infantil, sin el dolor de vivir, sin el desengaño y sin la ignorancia moral en que nos sumerge el hastío y el mundo inferior. Con los años suele nublarse nuestra visión ante la dura realidad del mundo y su vanidad. Sin embargo -después de la noche y las tinieblas- los ojos ven más claro el nuevo amanecer del día sobre los montes. Es la esperanza que abre nuevamente sus ojos luminosos. Sigamos las enseñanzas de Ghandi, que aseguraba que la plegaria y el diálogo con Dios eran “la llave de la mañana y el cerrojo de la tarde”. Es la magia de abrir las puertas de la realidad y de los sueños. Es decir, que la oración íntima con nuestro dios interior es la llave maravillosa que abre las puertas de luz de la existencia. Tenga tu dios el nombre y el origen que sea. Porque en ese diálogo íntimo en el templo de nuestro ser nos permite hablar con la divinidad y confesarle nuestra más profunda verdad y anhelo, nuestra desdicha y nuestro gozo, nuestra flaqueza y esperanza. Porque siempre habrá de ser claro el amanecer. Crucemos pues las puertas de luz, los insospechados umbrales que nos llevan a la gracia, al nuevo desafío de alcanzar los anhelos.
Abriendo las puertas de luz
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