Nuestras vidas son ríos trazados que bajan desde lo alto de los montes, buscando el inmenso mar de su destino. Somos aquello que mejor hacemos y realizamos. Lo mejor que llegamos a consumar de nosotros mismos. El cotidiano dolor de vivir es el precio de nuestra felicidad y autorrealización. Como el árbol, creciendo hacia las constelaciones de su propio sino. En fin, seremos vertientes en busca del océano de nuestra conquista existencial. Indómitos torrentes humanos, trazando su propio albur desde los montes. Humanas vertientes de la gloria, con su límpida creciente y fortuna fluvial. Corriendo presurosos hacia los mares distantes del ideal y del anhelo. Así, serpenteando en lo profundo de las selvas, iremos escribiendo nuestra propia historia. Si tu destino es cantar en las lumbreras de la fama, a lo mejor empieces, cantando en la soledad de un risco. Si tu destino es vencer, lo harás saltando cuesta abajo en las cascadas de tu lucha y propio desatado devenir. Si no lo haces, serás un río interrumpido que quedó sin fluír, en algún estanque del destino adverso. Si, por el contrario, logras llegar al mar de la eterna ilusión, serás el glorioso afluente que alcance el más allá de su ribera.
Los ríos trazados del destino
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