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El gran Ortega se quedó corto

Se quedó corto el gran Ortega, calculando el poder destructivo de esos hombres-masa rebeldes, de esos mediocres. Esos que él contemplaba que significaban un peligro para Europa: los mediocres fascistas de Mussolini, los mediocres nazis de Hitler, los mediocres comunistas de Stalin. Pero había más, en China ya se vislumbraba la mediocridad de Mao, en Argentina a los mediocres de Perón.

Por Edward Wollants |

Quiero iniciar aclarando que, cuando me refiero al “gran Ortega”, precisamente me estoy refiriendo al genial, al siempre presente, al inmejorable del siglo XX y uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos en lengua castellana. Me refiero a José Ortega y Gasset.

Este gran personaje escribió una de las obras más memorables, no solo descriptivas de uno de los enormes problemas que aquejaban a la Europa de su tiempo, pero también al mundo entero. Obra que, después de casi 100 años continúa siendo de actualidad y describiendo los mismos problemas en nuestra época. Esa obrafue presentada primero por fascículos, publicados en un periódico madrileño y luego, finalmente editada y publicada como libro, con el nombre de “La rebelión de las masas”.

En uno de los capítulos de esa revelación del pensamiento, específicamente en el V, titulado “Un dato estadístico”, Ortega y Gasset nos describe al hombre-masa como “...el hombre cuya vida carece de proyecto y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes”.

Compara a este hombre-masa con un hombre primitivo, que surge en medio de una antigua civilización (la europea, para el caso). Y acusa en parte por ello a la educación: “En las escuelas que tanto enorgullecía al siglo pasado (siglo XIX, si se toma en cuenta que la publicación es de 1930), no ha podido hacerse otra cosa que enseñar a las masas las técnicas de la vida moderna, pero no se ha logrado educarlas. Se les han dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad para los grandes deberes históricos; se les han inoculado atropelladamente el orgullo y el poder de los medios modernos, pero no el espíritu. Por eso no quieren nada con el espíritu, y las futuras generaciones se disponen a tomar el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin huellas, sin problemas tradicionales y complejos.”

En otras palabras, Ortega y Gasset hace analogía del hombre-masa con una especie de salvaje que, dotado de todo tipo de recursos, pero sin criterio para utilizarlos, a no ser, el criterio de la satisfacción de sus propias pasiones y deseos mundanos, toma control de la civilización, que para el caso de sus comentarios obedece a la europea; con una suerte de estupidez que no le permite ni siquiera darse cuenta que no tiene capacidad para semejante tarea. Pero aún peor, no quiere aceptar que nadie le diga que está equivocado, porque quien lo haga es sin duda “enemigo”. Ese “enemigo” pertenece a una minoría que esta en contra y que precisamente por estarlo, hay que estar también en contra de ella. 

Hay que rebelarse ante cualquier disenso. Porque el hombre-masa tiene la obcecada idea que precisamente por pertenecer a la masa, por superioridad numérica, le asiste la razón. Cuando precisamente John Allen Paulos ya demostró matemáticamente que es todo lo contrario: “las mayorías se equivocan”.

Pero para ir aterrizando en el por qué del título que encabeza estas líneas, quiero hacer alusión, siempre en el mismo capítulo V, a unas líneas donde, Ortega y Gasset hace una predicción del impacto que según él tendría en Europa que el “hombre-masa” tome el control, tome el poder.

“...-los hombres masa rebeldes- que ponen en peligro inminente los principios mismos a que debieron la vida. Si ese tipo humano sigue dueño de Europa y es definitivamente quien decide, bastarán treinta años para que nuestro continente retroceda a la barbarie. Las técnicas jurídicas y materiales se volatilizarán, con la misma facilidad con que se han perdido tantas veces secretos de fabricación. La vida toda se contraerá. La actual abundancia de posibilidades se convertirá en efectiva mengua, escasez, impotencia angustiosa; en verdadera decadencia. Porque la rebelión de las masas es una misma cosa con lo que Rethenau llamaba la invasión vertical de los bárbaros”.   

Y aquí es donde se quedó corto el gran Ortega: vaticinó una pérdida del continente europeo a treinta años plazo. Siendo que no llevó ni diez años para que esos bárbaros arribistas, esos hombres-masa rebeldes, que él mismo ya identificaba como “dueños de Europa”, sumergieran a esa antigua civilización en la peor de las hecatombes de la historia (por el momento). De hecho, nueve años después daría inicio a la Segunda Guerra Mundial, que sin duda significó un retroceso de la humanidad a la barbarie.

Se quedó corto el gran Ortega, calculando el poder destructivo de esos hombres-masa rebeldes, de esos mediocres. Esos que él contemplaba que significaban un peligro para Europa: los mediocres fascistas de Mussolini, los mediocres nazis de Hitler, los mediocres comunistas de Stalin. Pero había más, en China ya se vislumbraba la mediocridad de Mao, en Argentina a los mediocres de Perón.

Se quedó corto el gran Ortega, pensando que este tema de la devastadora influencia que pueden generar los hombres-masa rebeldes, pero rebeldes en cuanto a no aceptar su ignorancia e incapacidad, vaya afectar solo a un continente y los demás queden salvos, ¡no! Es como el COVID, surge por Wuham y se expande a todos los confines del planeta.

Se quedó corto el gran Ortega, porque no se puede esperar que tardará mucho en lograr su destructivo fin la gestión que del poder haga el hombre-masa rebelde. Porque en cuanto rebelde para aceptar sus propias limitaciones, acelera el paso para continuar a toda máquina “metiendo la pata”. Porque al mediocre le encanta la velocidad, hasta para equivocarse.

Se quedó corto el gran Ortega, pensando que solo el siglo XIX generó a esta especie depredadora del mismo hombre, a este tipo “lobo del hombre”. También el siglo XX nos lo engendró para el siglo presente. Hoy tenemos de esos hombres-masas que aspiran a dirigir el porvenir de la civilización haciendo gala de todo tipo de tragicómicas analogías a la estupidez y a la barbarie. Desde montar sobre el lomo de un oso, hablar con Dios, con un pajarito que le trae mensajes de un psicópata fallecido, conversar con las mascotas que sirven de intermediarias con espíritus, mandar a construir íconos ficticios de la vida, por recomendaciones de una psíquica y toda clase de sinsentidos.

Sí, se quedó corto el gran Ortega, pero más cortos nos quedamos los que como minoría que nos consideramos pensantes, hemos permitido que el hombre-masa tome el control, cuando no puede ni con su propia existencia. 

Seamos de los inteligentes que se suman y no de los otros, que se multiplican.

Médico Nutriólogo y Abogado de la República

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