Debemos amarnos y admirarnos como la sagrada escultura que somos: la divina Oda. Aceptar nuestros propios rasgos y no celar ajenos, sino conocer, aceptar y enaltecer nuestro propio ser. Menester es amarnos y valorarnos a nosotros mismos como lo que somos ante Dios, ante la historia y el mundo. Los golpes de la vida son los golpes de ese mismo martillo creador, que al final nos va dando forma, como a la fría e inerte piedra a quien el escultor anima, modela y da vida. Ese es el milagro: ser esculpidos a imagen y semejanza del divino imaginero. De mármol puro y eterno la imagen, en tanto breve y frágil el ser de carne, hueso e ilusiones. Formados de la misma fugaz materia de que están hechos el hombre, la flor, la montaña y las estrellas. Con los mismos elementos primordiales de la creación universal. Ambos breves y eternos a la vez. Pequeños e infinitos. Terrestres y divinos. Hemos sido esculpidos en algún lugar del firmamento. Rodando una y otra vez como guijarros en el sendero circular del tiempo. Eres tú, la divina oda. La imagen del hombre en el taller del escultor destino. Donde cada golpe del cincel o la adversidad, así como cada caricia de la vida, es parte de ese maravilloso proceso de la creación de ti mismo y de tu inmenso sueño.
La Oda Divina
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