No es lo mismo una pérdida en la batalla que una batalla perdida. Porque la batalla ante el destino sigue hasta el final de nuestras vidas. Cada día que amanece es el premio de haber ganado la batalla. La diaria victoria de vivir. Tal reza el axioma es necesario cruzar la noche para arribar al alba… Igualmente una pérdida en la vida no es una vida perdida. Porque la vida continúa. Porque todo lo perdido no significa haberlo perdido todo. Porque el buen vencedor es quien ha perdido todo, menos la esperanza. Recuerda, pues, que las pérdidas en batalla suelen ser el precio de la victoria final o el fin de la victoria. Por tanto, no desanimes gladiador. Después de una caída, levántate de nuevo ante el gran coliseo. Aunque quedes solo en la inmensa arena. Aunque las graderías estén en silencio y el rumor de los aplausos se haya apagado. Te verás allí, erguido, triunfante, alzando en tus manos la corona de la vida. Aunque sólo tú y tu dios interior sean los únicos testigos. Verás que -tanto las palmas, la multitud de espectadores y la misma ovación- sólo serán ilusión, porque ilusión es todo lo que pasa. La única realidad serás tú en la arena, venciendo palmo a palmo a las fieras pasadas de la adversidad. Porque siempre aprendemos del error o del acierto. Tal es el precio de acertar la gloria.
Una pérdida en la vida no es una vida perdida
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