La Inteligencia Artificial (IA) ya no es más un tema que debe ser tratado solo entre especialistas. Su desarrollo ha hecho que salte a las páginas y a las redes sociales ocupando una posición que la considera entre un software que maneja las estadísticas de una manera extremadamente poderosa, y un descubrimiento tan revolucionario para la historia de la humanidad como lo fue en su momento la máquina de vapor.
La respuesta de un experto a la pregunta ¿qué es lo realmente novedoso en la IA? es la siguiente: “cuando una tecnología se acelera, se agiliza y se automatiza hasta el punto en que los humanos salen de la ecuación, cambia la naturaleza de la acción. Ya nadie entiende el proceso completamente y nadie es plenamente consciente de lo que está sucediendo”.
El desconcierto que la IA produce se ha ido aumentando a medida que va ocupando ámbitos de nuestra vida. De ser una amenaza para la privacidad, ahora vemos más claramente las implicaciones que puede tener en ámbitos como la educación, la información, la manipulación política, la información, etc. Y, por lo anterior, la IA tiene que ser tomada en cuenta, aunque uno piense que afecta solamente a las personas que tienen el mundo cibernético como su universo de acción.
En el fondo, la IA es más que una herramienta. No basta conceptualizarla con aquello de que los medios son buenos o malos dependiendo del fin al que se orienten. No. La IA está cambiando la percepción del mundo y el modo como nos relacionamos entre nosotros, con las cosas, con la naturaleza, con el poder, con todo. Y esto no se puede dejar pasar como si fuera un asunto únicamente para expertos y entendidos.
En definitiva, el problema principal de la IA es que puede llegar a tomar decisiones sobre nosotros mismos: desde evaluar una contratación laboral tomando en cuenta no solo el historial de trabajo de una persona sino toda su actividad reflejada en Internet (con problemas patentes de invasión de la privacidad), su historial médico o su actividad política-social; o el otorgamiento de un crédito o la concesión de una visa para viajar… hasta la categorización de las personas en “castas” digitales, útiles para mercadeo, proselitismo religioso, político, o lo que usted se imagine.
En cuanto a la distinta percepción de lo que es real, que el uso de la IA conlleva, el pensador Cody Turner ha escrito que el uso y abuso de esta herramienta puede llevarnos a un estado en el que -como en los sueños- puede sernos muy difícil distinguir la realidad-real de la realidad-virtual.
Un ejemplo de esto son las Apple Vision Pro o las Holo Lens de Microsoft, que permiten “pintar”, “modificar” la realidad que ven nuestros ojos (añadiendo lo que nos es agradable y suprimiendo lo que no nos gusta) de lo que vemos en las pantallas… de modo que nuestra capacidad para reconocer el mundo tal cual es, las personas tal cual son, las cosas como se presentan con independencia de nuestras percepciones, se vería seriamente comprometida.
De hecho, una vez nos adentramos en el mundo mediado por la IA, el límite no es ni la ley, ni la tecnología, ni el conocimiento, ni, por supuesto, la capacidad de recoger datos… el límite, si hay que ponerlo en algún sitio, no puede ser otro que la infinita capacidad humana de ponerse límites… o de ¡no ponérselos! E ingresar en un universo en el que todo vale mientras pueda ser llevado a cabo.
En resumen: el mal uso de la IA puede generar disfuncionalidades de gran calado, pero dichas distorsiones no son “responsabilidad” de la IA como “sistema de manejo de la información”, sino de quienes la utilizan. Y esto que parece “la” solución, con poco que se piense, se puede convertir también, en el núcleo del problema.
Ingeniero/@carlosmayorare