En cierta ocasión, mientras me encontraba esperando en una de esas oficinas de la vida cotidiana, leí un afiche en la pared que citaba un texto sagrado: “Bloom, where are you planted” (Florece donde hayas sido plantado). La ilustración del afiche era una florecita silvestre, asomando entre el heno dorado, junto a una vieja rueda de carreta. Entonces comprendí que estaba recibiendo un mensaje para mi turbado espíritu. En esos días me encontraba entre la disyuntiva de quedarme para siempre en el solar natal o irme por los caminos del mundo -como cuando adolescente- a buscar nuevos amores, otros soles y países, otras constelaciones alumbrando el sendero. Entonces decidí quedarme. Como aquella humilde flor de la llanura, asomando entre la hierba dorada. Yo –como muchos compatriotas— era como aquella humilde margarita, floreciendo en el lugar donde había nacido, entre hierbas, piedras y abrojos; por sobre todas las adversidades. Ni la guerra, ni el viento feroz, ni los diluvios temporales asesinaron su frágil corola. Tampoco el tiempo borró su aroma. Porque luego de morir volvía a renacer en la llanura. Así quedó a florecer, donde fuera plantada por las manos de Dios y del destino. Frágil, eterna y fugaz.
"Florece donde seas plantado"
.