Entrevistando a un conocido artista le preguntan: ¿Cuántos premios ha ganado en su carrera? -Ninguno más importante que haber vivido del arte -responde. El secreto está en vivir del arte y el arte de vivir, que éste nos enseña. No importa si antes, último o después. Lo maravilloso ha sido, pues, amar el arte y el arte de amar. Por tanto, poco importan premios, elogios ni reconocimientos en este suspiro de la vida. Sólo el porqué. El premio secreto fue -si es que vamos a hablar de carrera- es haber llegado a mí mismo, como se llega a una meta, a una cima, a un ideal, a un destino hermoso aunque fugaz… ¿Cómo es eso de llegar a usted mismo? ¿Es que no estaba en sí mismo? -repregunta el entrevistador. El artífice responde: Llegar a sí mismo, es un “volver a casa”. La vida exterior, la selva de ilusiones, nos hace alejarnos de nosotros mismos. De lo que somos, de lo que amamos. Somos lo que soñó la vida o diseñó la civilización… Después, el fin más deseado es volver a recordar el camino de vuelta a ese ser que solemos olvidar, pero que -aún ausente- yacía en nuestros confines. Y, en efecto, el hombre que no se conoce a sí mismo, no está en sí. Andará por allí, perdido en la urbe de sueños y máscaras de silicón, sin saber quién es ni dónde estará la cima a subir. La misma montaña que al final será su propio ser y destino. El premio de volver a casa o de tocar la estrella. Aunque no haya aplausos ni frías medallas que suele borrar el tiempo.
Volver a casa, vivir del arte y el arte de vivir
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