La vida está hecha de ilusiones. Unas malas, oscuras y destructivas y otras buenas y maravillosas que nos exaltan a la felicidad. Hay que aprender a reconocer la diferencia entre ambas para no caer en la equivocación. Las primeras –falsas y dañinas— hay que enfrentarlas y borrarlas de nuestro ser. Las segundas hay que vivirlas en plenitud, aún sabiendo que son engaños, casi irreales, pero que inducen al gozo o al triunfo. El mundo –o el drama divino en la tierra—está hecho de puras ilusiones. Hay ilusionistas por doquier: desde los magos de salón que engañan a su público, sacando cosas del sombrero o de su corazón, como aquellos que usan “su ilusionismo” para estafar monetaria o moralmente a la sociedad y a la vida. Hay, por tanto, ilusionistas de circo, de la bolsa de valores, del mundo del poder, como igualmente ilusionistas del amor (los que estafan al amar). Pero al final, las ilusiones son esperanzas que alimentan el “ánimo” que deviene de “alma”. Suelen ser engaños felices y seductoras apariencias. Por tanto, son puras seducciones. Espejismos que nos empujan al éxito o al disfrute. Se diría además que son alucinaciones o fascinación. Encandiles y deslumbrantes imágenes de la felicidad. La felicidad real o la que -al final- es eso: ¡Tan sólo ilusión! Hermosa visión de nuestro mago interior. (V)
Vida e ilusión de nuestro mago interior
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