La reportera estaba maravillada de presenciar de primera mano a los seres y figuras fabulosas que habían aparecido en escena durante el espectáculo del mago. Les había visto “con sus propios ojos”: aparecer, moverse, actuar y luego esfumarse en la arena del circo y de la vida. Como la misma flor de la vida que se abre al nuevo sol para luego desaparecer. ”¿Dice usted que practica la magia y el ilusionismo desde tiempos inmemoriales? -preguntó al taumaturgo. ¿Es acaso que su magia ha ido más allá del tiempo y de un mago común?” El encantador de sombras y estrellas respondió: “Como dije antes, de todas las magias que llegué a conocer elegí la magia del arte, que en verdad es ilusionismo.” “¿Entonces poesía, pintura, música y prestidigitación son ilusión, engaño a los sentidos?” -preguntó la mujer. “En efecto todas esas artes son ilusionismo, porque hacen aparecer de la nada palomas en vuelo, maravillosas melodías o hermosas pinturas. Pero -advierto- no son engaño; al contrario, el arte nos revela un mundo oculto y perdido a los ojos y oídos profanos. El arte nos hace ver la vida con los ojos del alma.” “Pero sigue siendo ilusionismo…” -repuso la entrevistadora.”Sí.-respondió el prestidigitador. Cuando pinta el artista -al igual que el ilusionista del circo- quiere engañar al espectador, haciendo aparecer de la nada una flor sobre la tela, de la misma manera que cuando se hace música del aire se captura una errante melodía o cuando se escribe un verso, sacándolo del sombrero de copa del alma.” (III)
La flor del ilusionista y de la vida
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