Tanto la educación en la escuela, como en el hogar, son elementales para la formación del niño, porque de ellas depende el desarrollo de la personalidad del niño, en el sentido de que éste se transforme en un individuo útil a sí mismo, a su familia, a la comunidad y a la sociedad en general.
Porque sin educación no hay cultura, y sin cultura no hay progreso, y el individuo se vería afectado por la ignorancia, que es el peor de los males sociales, y el ignorante es como un ciego que no ve la realidad, y va tanteando el camino de su vida, con la ayuda de un bastón o
de un perro lazarillo.
Ya siglos atrás el filósofo Aristóteles, filósofo griego que nació en Estagira (Macedonia), llamado por ello el Estagirita, había dicho que al educar a una persona, le estamos dando belleza, tanto a su cuerpo, como a su espíritu, condiciones necesarias para el desenvolvimiento de un individuo culto y educado.
He aquí, entonces, las tareas del maestro y de los padres de familia, que deben poner todo su empeño en educar, en el prístino sentido de la palabra.
Lamentablemente, existen padres de familia desamorados e irresponsables en la educación de sus hijos, y esto sucede aquí y en todas partes.
Así como también hay maestros sin vocación –y es triste decirlo- que se descuidan de su labor educativa y no les interesa en lo absoluto su noble tarea de enseñar, y hasta tratan mal a sus propios colegas, ofreciendo así un ambiente hostil para la población escolar.