La arqueología es un tema apasionante dada su capacidad de arrojar luz sobre los pueblos, sociedades y regiones sobre la que recae su estudio. Uno de los aspectos sobre los que centra su dinámica es en las personas que componía esas sociedades en tiempos remotos: ¿quiénes eran? ¿cuáles eras sus habilidades, oficios u ocupaciones? ¿cuál era su sexo y sus costumbres rituales? Uno de los descubrimientos que puso en tela de juicio todo lo aprendido, fue el análisis de la tumba del Guerrero de Birka.
El descubrimiento de muchos de los detalles de la vida de estos personajes se hace por medio de análisis de sus huesos (que es fiable, aunque no infalible) o por medio del ADN que utiliza una definición basada en cromosomas que, por lo general, se acepta sin controversia. El conjunto de tales estudios permite concretar el sexo de los individuos separándolo en la usual clasificación binaria: masculino o femenino. Sin embargo, surge la dificultad de poder analizar adecuadamente el género al que el individuo enterrado pertenecía o se identificaba.
Durante siglos, los arqueólogos se habían limitado a identificar el sexo de los individuos y por ende, su género, por la asociación del cadáver conservado con los objetos que lo rodeaban: ¿se encontró una espada? El difunto necesariamente tenía que ser hombre. ¿Se encontraba un vestido o joyas? Entonces, el cuerpo de la tumba era una mujer. ¿Sencillo, no? Lo fue hasta que los arqueólogos empezaron a descubrir, mediante los avances científicos a su disposición, que los artilugios encontrados en las tumbas no necesariamente cuadraban con las ideas preestablecidas sobre lo que debía ser el comportamiento social que corresponde a un sexo determinado.
Para eliminar el sesgo de interpretación, se reexaminaron los restos óseos de las tumbas, que dadas las condiciones del terreno en que fueron inhumados, afortunadamente conservaban restos no solo de los huesos, sino de la vestimenta y accesorios que acompañaban a los cadáveres. Los resultados fueron interesantes. Tumbas que originalmente fueron identificadas con mujeres, dado que el cadáver se encontraba coquetamente enjoyado, con broches ovales típicos para sostener el delantal firmemente colocado sobre el hombro izquierdo, la usual vestimenta de las mujeres vikingas resultó ser que tras el análisis del ADN se determinó que…pertenecía a un hombre
Habrá que partir de un axioma: “Nadie se entierra a sí mismo”. Por tanto, era su núcleo familiar, su comunidad y en definitiva, la sociedad vikinga como un todo, los que, más que tolerar, aceptaban que una persona de un sexo definido se identificara con otro género y no solo que lo hiciera, sino que aceptara sus proyecciones externas: actividad sexual y vestimenta. Tan respetada era su opción y estilo de vida, que la sociedad incluso lo vestía en consecuencia al momento de su muerte, para que al llegar al Valhala, pudiera continuar llevando el estilo de vida que había escogido.
Pero lo más sorprendente ocurrió con el descubrimiento de una tumba del siglo X, identificada como Bj.581, que se encuentra abierta al público en el cementerio urbano de Birka, Suecia. El contenido de la tumba es sorprendente: un cadáver sentado en una especie de trono y rodeado de un juego completo de armas: flechas, dagas, espadas y hachas, lo cual no era algo habitual, por lo que denotaba que, sin duda, se trataba de un temible guerrero. Pero la parafernalia no acaba ahí, todo ese despliegue de fuerza, voluntad, energía y poder se acompañaba con dos impresionantes caballos de guerra que rodeaban al cadáver.
Dado que la tumba se excavó en 1878, los estudiosos -sin dudarlo- la presentaron como un claro ejemplo de un guerrero de alta alcurnia: “El Guerrero de Birka” lo llamaron. Identificarlo como tal no era difícil, dado que “obviamente” solo los guerreros son “hombres”… ¿o no? El problema fue que en 2011, luego de un análisis osteológico se descubrió que, de hecho, la persona enterrada en esa tumba, que tenía la personalidad de un temible guerrero, era, de hecho, una mujer.
El análisis sobre la identidad de género del pueblo vikingo derivado de los descubrimientos de las tumbas -a donde hombres fueron enterrados engalanados como mujeres y mujeres con armaduras de temibles guerreros- generó un fuerte debate entre la comunidad científica que, eventualmente, pasó a la sociedad en general; ya que se determinó que, a lo mejor, desde que el mundo es mundo, existe un segmento poblacional que escoge un “modo de vida” que no es el usual desde la perspectiva del “hombre y la mujer así nacidos”. ¿Estamos nosotros en posición de juzgarlo?
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica