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El tiempo que perdimos

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Por Carlos Balaguer |

“El tiempo perdido los santos lo lloran” dice la antigua conseja popular. Sólo –el que no tiene donde ir, ni qué hacer, ni qué soñar, ni qué inventar, ni qué amar—deja escapar el tiempo entre sus manos, sumergido en el tedio de no tener un ideal al final del camino que lo impulse a la gran victoria de vivir. Sin tener dónde ir no tenemos un destino preciso; sin qué hacer no creamos la felicidad; sin qué soñar no despertamos ni vivimos. Es el triste tiempo que perdemos sumergidos en la gran ilusión (engaño existencial) de que la vida era para siempre y que contábamos con todo el tiempo del mundo. Sin darnos cuenta que hasta las estrellas terminan un día de tantos en el universo profundo. Sin qué vivir no amamos y sin qué amar no vivimos, porque no habremos aprovechado el hermoso plazo de la Creación, que es la dádiva universal de la vida. Janos, el dios lejano de dos rostros, miraba hacia atrás y hacia adelante. El hombre moderno, por igual, viendo los pasos perdidos y a la vez contemplando el luminoso tiempo por vivir. Viendo sus sueños sin vivir y viviendo sin sueños. Al final preguntaremos acaso: ¿A dónde fue el tiempo que perdimos?

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