Justo hace dos fines de semana, después de publicar mi artículo sobre "la galleta con chispas de chocolate", tuve una enriquecedora conversación con dos académicos de amplia experiencia docente: uno especializado en Ciencias Políticas y otro en Derecho. Ambos merecen todo mi respeto debido a sus brillantes trayectorias y calidad humana; son incansables buscadores de la luz de la sabiduría.
La conversación comenzó con el tema de mi artículo, pero evolucionó y se enriqueció a medida que cada uno de ellos compartió su valioso conocimiento y sus experiencias de décadas aportando sabiduría, ciencia y cultura a generaciones de universitarios.
Sin embargo, fue el abogado quien introdujo un punto de reflexión contundente en nuestra charla: “Muchos universitarios creen que estudiar es simplemente para obtener un título. Lamentablemente, para muchos de ellos, ese diploma termina siendo poco más que un adorno en sus hogares o se utiliza únicamente para algún trámite ocasional. No son todos, claro, pero es desafortunadamente cierto para la mayoría”.
Es triste reconocer que nos encontramos inmersos en un sistema educativo deficiente, pero no podemos atribuir este problema únicamente al gobierno actual. Este déficit ha sido una constante desde tiempos coloniales, como lo describió el obispo Pedro Cortés y Larraz en el siglo XVIII, y a principios del siglo XIX lo retomó el intendente Basilio Gutiérrez y Ulloa. Aunque en el pasado hubo destellos de esperanza con el gobierno del Dr. Zaldivar y la reforma educativa de 1940 liderada por el general Maximiliano Hernández Martínez, a partir de la nefasta reforma de Walter Béneke en 1968, hemos experimentado un declive constante.
¿Qué relación tiene esto con lo que mencionó mi amigo abogado sobre la deficiencia histórica de nuestro sistema educativo? ¡Toda la relación posible! Los jóvenes provienen de un sistema que ha fallado en enseñar de manera efectiva la lectoescritura a los estudiantes de primaria, secundaria y bachillerato. En lugar de centrarse en la calidad del aprendizaje, se les obliga a cumplir con un mero requisito de "horas pupitre" para que el país alcance ciertos niveles de escolaridad que nos permitan acceder a préstamos de organismos financieros internacionales y proyectar resultados políticos favorables.
Como resultado, aquellos que llegan a la educación superior, que según ha señalado el Dr. Oscar Picardo son solo 2 de cada 10 estudiantes que inician el camino de la educación formal, se encuentran desprovistos de las herramientas básicas para desenvolverse adecuadamente en la vida universitaria. En otras palabras, la gran mayoría de los estudiantes que ingresan a las Instituciones de Educación Superior (IES) no están preparados para afrontar este desafío, y las mismas IES deberían evaluar si estos estudiantes están listos para el camino que emprenden.
Sin embargo, en un sistema de educación superior donde la oferta educativa se caracteriza por precios bajos (en comparación con otros países), el punto de equilibrio financiero se alcanza solo con una masa crítica de "muchos" estudiantes, lo que hace que prácticamente todos sean bienvenidos.
Es fácil confundir esta situación con el derecho de toda persona en El Salvador a tener acceso a la educación, como lo establece nuestra Constitución. Sin embargo, es importante señalar que el derecho humano radica en el acceso a la educación en sí misma, no solo en el acceso a las aulas de una universidad. Existe una diferencia significativa entre ambos.
Entonces, volviendo al punto inicial de esta discusión, las palabras del abogado cobran gran relevancia. Una vez que los jóvenes ingresan a las aulas universitarias, pueden caer presas de un razonamiento lógico que se basa en el siguiente esquema: "Si se va a la universidad para aprender una profesión (premisa A), entonces se obtiene un título como evidencia de aprendizaje de la profesión (premisa B). Conclusión: Por lo tanto, se va a la universidad para obtener un título." Se trata de un razonamiento con una forma lógica válida (modus ponens) que lleva a una conclusión que en apariencia (para muchos) es verdadera, pero ¡en verdad no lo es!
Es fundamental entender que el propósito de asistir a la universidad no debería reducirse a la obtención de un título, sino a adquirir conocimientos especializados en áreas que nos interesen y en las que tengamos vocación. Sin embargo, esto solo será posible si los estudiantes cuentan con las competencias previas que deberían haber adquirido durante su educación primaria y secundaria.
Lamentablemente, estas competencias no se enseñan de manera sistemática y generalizada en el sistema de educación pública, ni tampoco en muchas instituciones privadas de educación pre universitaria. Como resultado, los jóvenes llegan a la universidad sin las habilidades necesarias para aprovechar plenamente las oportunidades educativas que se les ofrecen.
En resumen, es necesario revisar en profundidad nuestro sistema educativo y centrarnos en la calidad del aprendizaje desde las etapas iniciales. Solo así podremos asegurar que los estudiantes lleguen a la educación superior con las capacidades necesarias para desarrollarse en el ámbito universitario y adquirir conocimientos sólidos y especializados que beneficien a la sociedad en su conjunto.
Ignorar esta situación solo nos llevará a perpetuar un camino cuesta abajo, con un efecto de “bola de nieve”. Hacer lo que sea para obtener el título, luego para cubrir laboralmente la falta de conocimiento y destrezas ocultas tras el título vacío, perdiendo cada vez más los principios y valores. Generando solo más masa insípida para la galleta, cuando lo que cuenta e interesa son “las chispas de chocolate”.
Médico Nutriólogo y Abogado de la República