Cruzando el secreto umbral del aire, el humano lobo azul ha escapado a los altos montes de sí mismo. Va huyendo del inframundo profano de la paz. Nadie le ha seguido. Sólo su sombra fiel. Y esa olvida. No guarda rencores, siluetas ni deseos. Ni el mismo recuerdo de su andar. Tan sólo lleva el frío de su piel de húmedo liquen. Antes de irse ha tenido que perdonar al mundo, a los actores del deseo y del mismo dolor de perderlo. Hasta a las mismas fieras de la ira y tempestad tuvo que eximir de culpa. Como ilegítima obra e hijo del Creador, ha perdonado también a la divinidad. Para llegar a la razón tuvo que atravesar la ilusión y la locura. Igualmente, para llegar a ser libre tuvo antes que atravesar los muros de sí mismo y de la historia. Fue así como dejó de vivir la vida de otros –que suele ser escena y vanidad– yéndose a vivir a la luz de su estrella bajo la noche estelar. Había sido una más de las desnudas esfinges que merodean las ciudades de piedra y humareda, acechando los sueños o simplemente la felicidad humana o la de un gorrión. Se ha ido de vuelta a las montañas, que fue de donde vino y desde donde vinieron sus ancestros. Surcando y vadeando los montes del tiempo, escapa entre los riscos de aquella inmensa y maravillosa soledad llamada libertad. Lobo de presa y soledad. Alguien llamado “Yo” -como tú u otra desnuda criatura de leyenda- concluyó que: Escapando a la luz te liberas del dolor; escapando del mundo inferior logras llegar a las celestes cumbres de tu anhelo. Como el lobo con rostro humano de la Creación que somos. .
Fuga del lobo azul de presa y soledad
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