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El imaginario individual y colectivo

Son muchos los mecanismos de defensa que empleamos, y cada vez los estudiosos de la conducta humana encuentran más, pero todos tienen un elemento común, algo que está en la base de todos: la negación, es decir el cubrir con un paño oscuro la realidad, para no verla, para tener la sensación de que no existe.

Por José María Sifontes
Médico siquiatra

En Psiquiatría llamamos mecanismos de defensa a una serie de recursos psíquicos que nos sirven para evitar la culpa y el sufrimiento cuando tenemos que enfrentar momentos complicados, contratiempos y situaciones en las que peligran la concepción que tenemos de nosotros mismos, nuestros valores o nuestra autoestima. En general el utilizarlos hace nuestra vida más tolerable, evita como dijimos antes la culpa y el dolor y mantiene la integridad del yo. Son eficaces en lograr estos propósitos, pero tienen un problema: sólo nos sirven por un tiempo, el necesario para buscar soluciones reales, pues a fin de cuentas son sólo un artefacto, un maquillaje de la realidad, y como todo maquillaje tarde o temprano se despinta.

Son muchos los mecanismos de defensa que empleamos, y cada vez los estudiosos de la conducta humana encuentran más, pero todos tienen un elemento común, algo que está en la base de todos: la negación, es decir el cubrir con un paño oscuro la realidad, para no verla, para tener la sensación de que no existe. Aunque todos tienen este punto común sus manifestaciones son diferentes, algunos más elaborados que otros, lo que va a depender de la complejidad del caso y del nivel educativo o inteligencia del que los emplea. Una persona a quien le han diagnosticado diabetes podrá decir que el diagnóstico está equivocado, que nunca se ha sentido mejor y que el médico es un ignorante o que lo único que pretende es cobrarle más. Un alcohólico podrá decir que él puede controlar el alcohol, que sus parientes son unos exagerados y puritanos o que los accidentes que ha tenido manejando borracho han sido culpa de los otros conductores. Estos artilugios mentales son útiles por un tiempo, evitan el golpe psíquico de enfrentar una verdad que duele, pero tarde o temprano la realidad se impone. Con el diabético los exámenes complementarios confirman el diagnóstico, los síntomas son cada vez más claros; el alcohólico vuelve a tener un accidente, pierde el trabajo o su mujer lo deja, y ya no puede sostener que maneja bien la bebida.

Alguien podría comentar que estos mecanismos no son más que una forma de autoengaño, y tendría razón, pero se revisten de recursos psíquicos tan eficaces que logran mantener la autoimagen y por tanto la autoestima. Una persona que hace trampa en un examen o acepta un soborno, se puede hacer la idea que su conducta estaba justificada pues no estudió porque estaba enfermo o que aceptó el soborno porque iba a hacer obras de caridad con parte del dinero. Pero, aunque no lo digan o no lo quieran ver de frente, saben que una trampa es una trampa y que un soborno siempre es un soborno.

Lo que sucede a nivel individual puede suceder también en grupos e incluso a nivel de una sociedad. En los grupos los mecanismos defensivos se pasan entre los miembros, de tal manera que todos terminan asimilándolos e incorporándolos en su sistema de creencias. Caso frecuente es el de los grupos políticos que cuando toman una decisión que riñe con la verdad o lo correcto, terminan pensando lo que piensan los otros del grupo, y logran tranquilidad.

Sociedades enteras pueden actuar de la misma forma, logrando un imaginario colectivo que les permite no ver cosas evidentes, ignorar realidades dolorosas y mantener su sistema de valores sin mayor daño. Pero en el fondo de sus corazones hay una voz que reclama.

Médico Psiquiatra.

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