En los últimos cinco años se ha visto un descenso muy significativo de la salud mental entre adolescentes y jóvenes. La tendencia mundial, pero principalmente en los Estados Unidos que es de donde se tienen más datos, es por una parte el aumento de conductas suicidas y autolesiones; mientras que, por otra, se ha disparado el alza en el consumo de ansiolíticos entre los más jóvenes.
Naturalmente, se ha teorizado mucho sobre las causas. Una manera de abordar las investigaciones es buscar factores que han aparecido recientemente y que antes estaban ausentes, elementos que hayan acompañado los años formativos de los jóvenes de hoy.
A este respecto, un par de académicos: Jonathan Haidt y Greg Lukianoff, publicaron en el 2018 un libro muy interesante, titulado “The Coddling of the American Mind: How Good Intentions and Bad Ideas Are Setting Up a Generation Failure”. El título fue traducido como “La transformación de la mente americana”… Aunque literalmente debería haber sido “La mimada mente americana”, pues de eso trata, de cómo una serie de factores muy importantes han ido arruinando por exceso de mimo y consentimiento las capacidades intelectuales de toda una generación (como explica el subtítulo de la obra: “Cómo buenas intenciones y malas ideas están condenando a una generación al fracaso”).
La tesis principal es que en nombre del bienestar emocional se protege cada vez más a los estudiantes de ideas, temáticas y discursos que pueden resultar ofensivos para ellos. Desde considerar una “microagresión” preguntar a un estudiante de apariencia asiática o latina “¿dónde has nacido?”, hasta rechazar obras clásicas de literatura universal por sus contenidos “ofensivos” tales como misoginia, preeminencia de la cultura occidental, etc. Todo en aras de algo tan relativo y/o subjetivo como el bienestar emocional.
En el fondo es una continuación (o una hipertrofia) de un mensaje omnipresente culturalmente: “la vida es peligrosa para los niños y adolescentes. Los adultos estamos aquí para protegerlos”. El problema aparece cuando no solo se protege a los más jóvenes, sino que se les aísla de las aristas duras de la existencia: la realidad de que hay diferencias entre las personas, el trabajo duro, la competencia, el mérito que se gana por medio del esfuerzo… y encerrándolos en un cuarto entre algodones los volvemos frágiles emocionalmente.
Entre esas malas ideas que los autores identifican en la base de la crisis, hay tres que inundan no solo las escuelas y universidades, sino que pululan, principalmente, en el mundo mediado por las redes sociales. Son las siguientes: la fragilidad es lo normal, el mundo es duro y debes (debemos dirían los adultos) protegerte; confía siempre en lo que sientes, al mundo se accede desde lo que se siente, lo que se siente es verdadero; y la tercera: todo se reduce en este mundo a un “nosotros contra ellos”: la vida es una batalla entre los buenos y los malos, que no son solo buenos, son bienintencionados, como tampoco los otros no son solo malos… son malvados.
Las buenas intenciones son proteger a los vulnerables, pero a fuerza de hacerlo se termina por hacerlos mucho más débiles y sensibles, creando una ruptura importante entre el modo como se perciben a sí mismos y lo que el mundo académico primero, y luego el laboral esperan de ellos.
A fin de cuentas, muchos adolescentes y jóvenes adultos son como mariposas a las que se les ahorró el esfuerzo y el sufrimiento que deben hacer para salir del capullo, de modo que se encuentran en el mundo con las alas pegajosas de la baba de la que no se liberaron al romper la crisálida y eso, si bien hizo que su ingreso al mundo adulto fuera cómodo y sin dolor, los incapacita para extender sus alas y volar en el ancho mundo al que llegan.
Ingeniero/@carlosmayorare