Caminaron juntos largo trecho El Amor y El Destino, hasta que el camino de pronto se cortó. Un abismo celeste y profundo se abrió ante ellos. El corcel Destino se detuvo temeroso. “No temas amigo del camino –dijo Amor. Mira a lo lejos. ¡Allá se ven las luces y el resplandor de mi ciudad dorada…!” Por más que Destino frotara sus ojos para ver mejor, no pudo distinguir en la distancia la maravillosa ciudad de luz y arrebato que el aventurero amor decía avistar. “No veo lo que dices ver –dijo el destino. Quizá porque tú miras lo que existe en tu sueño. Mi sueño es otro. Lo único que alcanzo a divisar son los verdes y frescos prados de mi felicidad.” Con gesto de desencanto agregó: “No podemos seguir nuestro camino pues -de hacerlo- caeríamos al vacío.” Estaban ante un dilema fatal. No había forma de llegar al reverdecido valle del eterno idilio ni a la resplandeciente ciudad del perdurable amor. Entonces el ángel del Amor dio sus alas al corcel del Destino. “Te doy un vuelo a cambio de otro vuelo”-dijo resignado. Después de aquello se lanzaron al vacío, cayendo sobre la dorada aurora de aquellos que dieron quizá su misma vida a cambio de sus más caros anhelos. ¡Dar la vida por un sueño y dar un sueño por la vida! Sortilegio del Hado y del Amor que hizo realidad alguna vez nuestro dulce imposible.
Fábula del amor y el destino (II)
.