En un camino largo y solo se encontraron un día el Amor y el Destino. El Amor era un ángel cansado de andar e imaginar. El Destino era un potro de incansable trote y de distancias. “¿Hacia dónde vas, amigo?” –le preguntó el Destino. “Voy buscando la Ciudad del Amor Eterno –respondió el peregrino. Pero estoy muerto de cansancio. Han pasado no días, sino meses, años… ¡Y aún no la encuentro! Todos dicen haber olvidado el ayer y ya no recuerdan esa edad perdida. Dicen que busco imposibles. Pero dime… ¿Existe acaso un amor que no busque imposibles? Ciertamente esperamos hallar el perfecto amor, que sea nuestro por entero y dure de por vida. Siempre andamos detrás de ciudades lejanas… Siempre buscando un corazón donde poder vivir.” Compadecido del andariego amor, el potro del destino le ofreció llevarlo. “Sube a mí. Sigamos juntos el camino –dijo a la visión. Yo también ando buscando un lugar: El Valle del Eterno Verdor. Sé que es por estos rumbos. Detrás de esos cerros donde nacen el sol y las estrellas. El oriente, promesa por donde empieza el día y la ilusión… Justo donde verdecen los prados de fresca lozanía.” Así se fueron por allá el mago y la ilusión, la vida y el destino.
Fábula del amor y el destino (I)
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