El “Circo del Aire” que pasó se llevó los aplausos y risas del destino. Un día acaso volvería. Como aquel vidente bufón que después de ser invierno fue verano, para luego ser otoño y primavera. Antes de desaparecer de la pista el mago Albur se llevó en brazos a la danzarina dormida hasta un trapecio dorado. “Cuando despierte hará su último vuelo” –dijo. Y en efecto, al despertar se esfumó en el aire su risa feliz. “Si la vida te ríe, con una risa habrás de pagar mañana” –concluyó el malabar. Luego el tiempo en la alameda robó su historia. Allá en la luminosa aurora donde el imposible es realidad. En el acto final el payaso “Primavera” anunció al último cantor. La romántica visión de un trovador salió a escena rasgando el metal de su bandurria. Después cerró sus ojos, tratando de ver en sus recuerdos y en un lugar del aire y de la ausencia el vuelo de su amor y de su canto. Preguntó al vacío a dónde iba el sol del imposible. El silencio quedó sin responder. Así el juglar entonó su último cantar: “¿Adónde va el amor que nos deja?/ ¿Adónde alumbrará ese sol que atardece?/ ¿Adónde tu mirada cuando sueña/ cuando vuela las montañas, la marea?/ ¿Adónde irán tus ojos cuando ríen/ cuando callan, cuando esperan y se van?/ ¿Adónde irás amor cuando amanezca?” El circo se fue con las siete estaciones. Y digo siete porque tres de ellas las robó el Azar. (y XIX)
Las siete estaciones de un talismán
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