En un conocido experimento en filosofía, del cual se encuentran inclusive vídeos en internet, la persona que hace las veces de docente levanta una carpeta o folder de color VERDE y se cerciora que todos los alumnos puedan ver el color y que expresen de viva voz de qué color es; acto seguido les propone que, como es costumbre que alguien llega tarde al salón de clases, al entrar el primer tardista por la puerta le dejará sentarse y a continuación preguntará a todo el salón de clases, como previamente ya lo ha hecho, ¿de qué color es la carpeta?, pero que esta vez, todo aquel a quien pregunte dirá que es ROJA.
No pasa ni medio minuto cuando entra un joven disculpándose por entrar al salón de clases pasada la hora indicada. La docente le permite la entrada con un leve comentario de su retraso y a penas sentado en el pupitre comienza el ejercicio teórico: La pregunta sobre el color de la carpeta, la cual por supuesto sigue siendo la misma carpeta verde que ha utilizado en un inicio.
Uno a uno, cada estudiante requerido a contestar sobre el color de la carpeta indica que la misma es ROJA. Lo anterior, al principio se vuelve hasta gracioso para el alumno que ha llegado tarde y que sin saberlo es el conejillo de indas de aquel experimento; pero conforme se acumula el número de compañeros que sin dudar contestan siempre de la misma manera, la cara del joven se torna típica de quien está desconcertado.
¿Quizá duda el motivo que lleva a sus compañeros a responder contrario a lo que es obvio para él? que la carpeta es VERDE, o talvez ¿duda ya a estas alturas si dar crédito a lo que ven sus ojos?, pero lo cierto es que cuando finalmente es llamado a responder la misma pregunta sobre el color de la carpeta y, después de ver las caras expectantes de sus compañeros, que le incitan con su expresión facial a sumarse al grupo como la única manera imaginable de comportarse, responde sumergiendo la cabeza entre sus hombros: ¡ROJO!
Casi de manera inmediata la profesora aclara que la carpeta es ¡VERDE!, pero que todos han sido testigos de cómo responde el ser humano cuando es sometido a la presión ambiental (todos los compañeros respondían rojo, aunque sin faltar uno, estaban todos equivocados), incluso en lo referente a lo que corresponde a la percepción física. Y como suele suceder cuando el ser humano es confrontado no solo con hecho que ha cometido un error, sino que además lo ha hecho cediendo así a la presión social, el joven estudiante trata de excusarse manifestando que se había dado cuenta del error, a lo cual la maestra corta por lo sano sentenciando: ¡Pero igual ha decidido cometerlo usted también!.
En este punto inicia la alocución de la maestra explicando que existen dos tipos de personas: las que se guían por sus propios conceptos que provienen de sus conocimientos y, las que se dejan llevar por lo que los demás dicen y desean que hagan. Explica que las primeras son fuertes y no se dejan gobernar por nadie, mientras las segundas son débiles y se limitan a hacer y decir lo que hacen los demás.
La mayoría de personas son sumisas (continúa explicando) y acaban aceptando hasta las estupideces más grandes y las locuras más horrendas. En este punto cita el ejemplo de cómo en Alemania la población, aún la más preparada y educada, fue cayendo presa de la propaganda nazi y aceptaron la ridícula tesis de que los causantes de los problemas económicos de los alemanes eran los judíos y por tanto había que perseguirlos y exterminarlos, como si con eso todos fueran a quedarse con los bienes de los semitas; que ellos eran una raza étnicamente superior que debía imponerse al resto, aunque ello implicase mandar a esposos, padres e hijos a una guerra contra todos los que les rodeaban, como si todos fuesen a gozar del poder resultante. Y en este punto aclaro, que aquí no tiene cabida la Ley de Godwin, pues la aplicabilidad es total al experimento desarrollado, como pudo serlo hablar de los que se dejaron engañar por los bolcheviques, por el castrismo, por el chavismo, etc.
Y en su alocución final la profesora cita al célebre Immanuel Kant, el famoso filósofo alemán del siglo XVIII: “El ser humano es el único animal que necesita un amo para vivir”. Y aunque Kant no expresó específicamente dicha frase, su filosofía se centra en la idea de la autonomía moral y la capacidad del ser humano para autogobernarse siguiendo principios racionales, en lugar de depender exclusivamente de una autoridad externa; peor aún cuando dicha autoridad está ejercida por líderes mesiánicos y trastornados como lo fueron Stalin, Hitler, Mussolini, Castro, Chávez y hoy día el Rus vikingo o el “dios viviente” de Corea del Norte.
Las mayorías se equivocan, demostró matemáticamente John Allen Paulos. Los inteligentes se suman, los idiotas se multiplican.