El mago Azar advierte a Talismán: “No olvides que soy el farsante Señor del Ensueño, mago y artífice del imposible. Es un trabajo honrado como cualquier otro. Mi abuelo era prestidigitador y mi padre acróbata y volatín. De ellos aprendí el arte de volar y el de la magia. Pero ves, también a un mago le llega su tiempo. La edad del Ilusionista es la misma edad de las flores, que surgen del aire, por gracia del Divino Mago y luego marchitan. El tiempo del encantador de mariposas -debes saber- pasa al igual que el esplendor de una bailarina. Al final ya no asombra su mágico espectáculo. Empieza a perder su encanto y los aplausos. Entonces tiene que buscar su otra magia. Un sortilegio diferente en su carrera de artista trotamundos: El nuevo encantamiento de su alma. Magia celeste que se encuentra rompiendo los velos del misterio. En esa inmensidad están los pañuelos coloridos, las rosas, soles y conejos, que saca del sombrero el grandioso Ilusionista de las Estrellas. Lo hace, como sacando sueños desde su propio corazón. Sabes, mi dulce bailarina: Ya no soy el mago aquel que conociste. Tan sólo soy un burdo cobrador de fantasías.” Después de aquella confesión el triste farsante de la felicidad desapareció de escena. Quizá para volver a aparecer mañana, acaso, como un fantasma en el vacío salón de baile, danzas y promesas. Talismán escribió: “Ese cobrador de sueños que acecha mis ventanas/ Si no es ayer ni hoy, ya volverá mañana./ Ese fugaz deudor de estrellas y promesas/ que aunque se vaya hoy/ siempre regresa.” (XV) palabrasbalaguer@gmail.com
“Azar”, el cobrador de fantasías
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