“Hubo una vez en la selva un leopardo muy nocturno. Apenas podía dormir por las noches y, tumbado sobre la rama de su precioso árbol, se dedicaba a mirar lo que ocurría en la selva durante la noche. Fue así como descubrió que en aquella selva había un ladrón, observándole pasar cada crepúsculo a la ida con las manos vacías, y a la vuelta con los objetos robados durante sus fechorías. Unas veces eran los plátanos del señor mono, otras la peluca del león o las manchas de la cebra, y un día hasta el colmillo postizo que el gran elefante solía llevar el secreto”.
“Pero como aquel leopardo era un tipo muy tranquilo que vivía al margen de todo el mundo, no quiso decir nada a nadie, pues la cosa no iba con él, y a decir verdad, le hacía gracia descubrir esos secretillos”.
“Así, los animales llegaron a estar revolucionados por la presencia del sigiloso ladrón: el elefante se sentía ridículo sin su colmillo, la cebra parecía un burro blanco y no digamos el león, que ya no imponía ningún respeto estando calvo como una leona. Así estaban la mayoría de los animales, furiosos, confundidos o ridículos, pero el leopardo siguió tranquilo en su árbol, disfrutando incluso cada anochecer con los viajes del ladrón”.
“Sin embargo, una noche el ladrón se tomó vacaciones, y después de esperarlo durante largo rato, el leopardo se cansó y decidió dormir un rato. Cuando despertó, se descubrió en un lugar muy distinto del que era su hogar, flotando sobre el agua, aún subido al árbol. Estaba en un pequeño lago dentro de una cueva, y a su alrededor pudo ver todos aquellos objetos que noche tras noche había visto robar... ¡el ladrón había cortado el árbol y había robado su propia casa con él dentro! Aquello era el colmo, así que el leopardo, aprovechando que el ladrón no estaba por allí, escapó corriendo, y al momento fue a ver al resto de animales para contarles dónde guardaba sus cosas aquel ladrón...”.
“Todos alabaron al leopardo por haber descubierto al ladrón y su escondite, y permitirles recuperar sus cosas. Y resultó que al final, quien más salió perdiendo fue el leopardo, que no pudo replantar su magnífico árbol y tuvo que conformarse con uno mucho peor y en un sitio muy aburrido... y se lamentaba al recordar su indiferencia con los problemas de los demás, viendo que a la larga, por no haber hecho nada, se habían terminado convirtiendo en sus propios problemas”.
Este relato es un cuento llamado “El Leopardo en su Árbol” del escritor español contemporáneo, Pedro Pablo Sacristán, que me recordó en mucho a los salvadoreños a lo largo de su historia desde el siglo XIX, pues el objetivo del cuento es destacar la necesidad de la solidaridad, descrita por varios referentes como un valor personal que entraña la capacidad que deberían tener los miembros de una comunidad de actuar como un todo, una característica de la que siempre los cuscatlecos hemos carecido.
La solidaridad nace porque los sujetos comparten intereses y necesidades entre ellos, gracias por el hecho mismo de pertenecer a la misma colectividad y está basado en el respeto y la empatía que nos deberían llevar a entender que el otro requiere de nuestra ayuda.
El filósofo, matemático y escritor inglés Bertrand Russell expresaba que “mundo está en peligro porque los seres humanos, subdesarrollados en lo moral, hemos adquirido un enorme saber científico y un desmedido poder tecnológico”. Por otro lado, el austriaco Karl Popper, quien fuera filósofo, politólogo y profesor, decía que “la mayor parte de la gente es demasiado buena y dócil, pero un poco acrítica”.
Es común escuchar: “No te metas”, “quien no quiera ver micos que no salga de noche”, “a vos que te importa niña, es problema de ellos”, “¿qué anda haciendo señora metiéndose donde no la llaman?, “hay que vean ellos cómo salen, no es problema suyo" “No te metas en directivas, solo líos vas a encontrar”.
¿Será que el egoísmo, la pereza, la inseguridad, la rebeldía y la ignorancia no nos permiten captar que los diversos problemas de la sociedad en que vivimos al final nos van a afectar en lo individual?
La generosidad y la solidaridad van de la mano, y aunque muchos creen que tienen que ver con donar grandes cantidades de dinero o dar limosna al mendigo, están equivocados. Tampoco hay que confundir solidaridad con la defensa de intereses personales. Hay que tener cuidado con aquellos que se manifiestan a favor o en contra de una situación escondiendo intereses propios.
Los conocedores del tema nos dicen que en las pequeñas cosas está el verdadero signo de ayudar a los demás como por ejemplo, en no tomar decisiones o realizar acciones que dañen a la mayoría de nuestra familia o de la comunidad donde estamos insertos, como fue el caso del leopardo en su árbol. ¡Hasta la próxima!
Médica, Nutriologa y Abogada/Mirellawollants2014@gmail.com