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Imagen pública y popularidad en el siglo XIX. El caso de Gerardo Barrios

No interesa aquí hacer una desmitificación de Barrios, pretendo solo mostrar que la combinación: popularidad, concentración de poder y excesos no es nueva en nuestra historia. Hay numerosos casos, y en todos los resultados han sido problemáticos.

Por Carlos Gregorio López Bernal |

En los primeros meses de 1861 ocurrió un hecho curioso: un retrato del presidente Gerardo Barrios recorría el territorio salvadoreño, llegaba a los pueblos a primeras horas de la mañana y era recibido con efusivos homenajes por parte de autoridades locales y pobladores. La Gaceta publicaba notas que narraban los recibimientos del retrato — mejor dicho, de los retratos, pues eran varios los que se desplazaban simultáneamente —; todas coinciden en la felicidad de los pobladores por haber tenido la dicha de ver la imagen del presidente. Por supuesto, Barrios aparecía con todos sus atavíos y condecoraciones militares.

Manuel Estévez, gobernador de Cuscatlán, describió la llegada del retrato a Suchitoto. A las cuatro de la mañana, la gente estaba reunida en la plaza con música marcial de fondo. Las calles habían sido adornadas con colgaduras y cortinas. Algunas casas lucían banderas. “La fuerza permanente y milicias ejecutaba evoluciones en la plaza; al propio tiempo que en la sala consistorial se reunía la Comitiva que debía ir al encuentro del retrato”. La multitud se dirigió a la entrada de la población donde ya estaba el retrato. Detrás de los principales del pueblo iban las fuerzas militares, vestidas con riguroso uniforme, llevando el pabellón de la república. “El retrato fue saludado con una descarga de fusiles, y tomado por dos regidores, al lado de cada uno se puso un oficial, fue colocado en medio de la comitiva y conducido así con un entusiasmo general. Al pasar por algunas casas, los particulares hacían salvas de fuegos artificiales. Hubo un repique general de campanas” (La Gaceta, 20/03/1861).

Don Victoriano Castellanos, hombre principal del pueblo, pidió que el retrato pasara por su casa para hacerle honores. Había elaborado un dosel adornado con cortinas y colgaduras de los colores del pabellón salvadoreño. El retrato fue colocado en el centro, entre la constitución y los códigos, “alegoría con que quiso mostrar la regla que traza el camino que sigue la actual administración”. El simbolismo era elocuente: Barrios al centro del dosel, con la constitución y los códigos a un lado, mostraba que el presidente estaba por encima de las instituciones.

Tales homenajes tenían todo, menos espontaneidad. Los retratos fueron mandados a hacer en Guatemala con anticipación. El 8 de abril de 1861, Carlos Buchabán escribía a Barrios informándole que los retratos ya estaban pintados, pero les faltaban los marcos y que no podía conseguirlos. Sin embargo, el 29 del mismo mes volvió a escribir informando que los retratos ya están listos para despacharlos y que solo necesita que se le enviara cierta cantidad de dinero. Ese fue el segundo envío. Todo fue un montaje de Barrios, a fin de darse a conocer entre los pueblos, ganar apoyos y reforzar su poder. Hay que reconocer que el presidente Barrios y sus colaboradores tenían mucha imaginación y entendían muy bien lo que hoy se da en llamar manejo de la “imagen pública” de los gobernantes. Antes de que existieran medios como la radio, la televisión o Twitter, Barrios era admirado por muchos.

En 1862, Barrios pasaba por su mejor momento: era popular, tenía el apoyo del Ejército, y gobernaba sin ningún contrapeso del poder legislativo o el popular; al contrario, estaban a su servicio. El 10 de febrero de 1860, la Asamblea General dio un decreto concediendo facultades extraordinarias al Supremo Poder Ejecutivo, que en realidad era Barrios. En aquella época, el Poder Legislativo solo se reunía por dos meses a inicio del año; se adujo que en tan corto tiempo no podía dictar “todas las leyes y reglamentos convenientes” al país, agregando que “el actual presidente de la república, merece la más amplia confianza del pueblo y de sus Representantes en las Cámaras legislativas, porque de una manera inequívoca ha demostrado su enérgica y eficaz actividad, y el acierto con que ha promovido la felicidad de El Salvador (Gaceta Oficial 15/02/1860).” El decreto facultaba al presidente en 23 cuestiones; dichas facultades durarían hasta la reunión de la próxima legislatura. Barrios solo tendría que informar del uso que hiciere. En la práctica, esa disposición colocaba a Barrios por encima de cualquier poder existente y de la constitución misma. De ahí en adelante, Barrios gobernó con amplios poderes y sin oposición.

Tanto poder también se prestaba para muchos abusos. El 12 de noviembre de 1861 se emitió el “Reglamento de gobernadores, jefes de partido, concejos municipales, alcaldes y jueces de paz”, que dejaba en manos del gobernador departamental la designación de los alcaldes municipales. Barrios decidió que en las elecciones municipales solo pudiera proponerse una terna, la cual sería presentada al gobernador, hombre de confianza del presidente, quien escogería al alcalde. En caso de que ninguno de los propuestos fuere de su agrado podía exigir la presentación de una nueva terna. A la larga, la medida fue contraproducente para Barrios, pues muchos pueblos se levantaron en su contra en 1863. En sus pronunciamientos manifestaban que el presidente había conculcado sus libertades políticas. Sin embargo, este punto ha sido ignorado por la historiografía tradicional que presenta la caída de Barrios como producto de la invasión guatemalteca.

No interesa aquí hacer una desmitificación de Barrios, pretendo solo mostrar que la combinación: popularidad, concentración de poder y excesos no es nueva en nuestra historia. Hay numerosos casos, y en todos los resultados han sido problemáticos. Obnubilados por la popularidad, la anulación de la oposición y el apoyo militar, los gobernantes hacen del poder un fin en sí mismo, y no un recurso para buscar el bien común.

Historiador, Universidad de El Salvador

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