Si bien durante la Primera Guerra Mundial El Salvador mantuvo una “neutralidad benévola”, para la Segunda Guerra Mundial se posicionó al lado de las Potencias Aliadas y declaró la guerra a las Potencias del Eje. Así, el 2 de enero de 1942, suscribió la Declaración de las Naciones Unidas que el día anterior habían acordado los “Big Four” (los cuatro grandes): los Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Soviética y la China.
En esa Declaración, los países firmantes se comprometían a seguir luchando contra los países del Eje y a no hacer la paz por separado. Los países de América Latina que se adhirieron a esta Declaración, considerados signatarios originales, fueron El Salvador, Costa Rica, Cuba, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua y Panamá; después lo hicieron Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
Los países que se adhirieron a la Declaración de las Naciones Unidas también aceptaron la Carta del Atlántico, resultado de las reuniones que habían tenido el presidente de los Estados Unidos y el primer ministro del Reino Unido, entre 9 y 12 de agosto de 1941, a bordo de los buques de guerra USS Augusta de los Estados Unidos y el HMS Prince of Wales del Reino Unido. Esa Carta establecía una serie de importantes principios como rechazar cualquier cambio territorial que no resultara de la voluntad de las poblaciones; el respeto de la forma de gobierno que cada pueblo escogiera; la recuperación de la soberanía de los pueblos que la habían perdido por la fuerza; la libre navegación; el libre comercio y el acceso a materias primas para asegurar mejores condiciones de trabajo, crecimiento económico y protección social en cada país; y el establecimiento de un sistema más amplio y permanente de seguridad general.
En el momento de la adopción de la Carta del Atlántico, los Estados Unidos todavía no habían entrado a la guerra, pero brindaban apoyo moral y material a los países que luchaban contra las Potencias del Eje. En enero de 1941, durante su mensaje al Congreso sobre el Estado de la Unión, el presidente Roosevelt había explicado por qué era fundamental seguir apoyando al Reino Unido en la guerra, y lo resumió con las ahora famosas cuatro libertades: libertad de expresión; libertad de culto; libertad de vivir sin penuria (derecho a un nivel de vida adecuado); y libertad de vivir sin temor.
La Carta del Atlántico fue un paso importante en el proceso de definición de principios para la conducción de la guerra, y para la creación de las Naciones Unidas al final de esa guerra, pero no logró lo que en ese momento querían el primer ministro Churchill y el presidente Roosevelt, respectivamente, que los Estados Unidos entraran a la guerra, y movilizar a una opinión pública altamente aislacionista, en aquel momento, para entrar en la guerra. Eso se daría cuatro meses después, el 11 de diciembre de 1941, cuatro días después del ataque japonés a la base naval estadounidense en Pearl Harbor, Hawái.
En relación con las poblaciones civiles, como recuerda el United States Holocaust Memorial Museum, los “nazis, que tomaron el poder en Alemania en enero de 1933, creían que los alemanes eran una ‘raza superior’ y que los judíos, considerados ‘inferiores’, no merecían vivir. Durante el Holocausto, los nazis también tuvieron en su mira a otros grupos por razón de su percibida ‘inferioridad racial’: los roma (gitanos), los discapacitados, y algunos grupos eslavos (polacos, rusos y otros). Otros grupos fueron perseguidos por razones políticas, religiosas o de orientación sexual: comunistas, socialistas, testigos de Jehová y homosexuales”. También fueron despiadadamente perseguidos los presuntos antisociales y los afroalemanes (alemanes de ascendencia africana).
Muy pronto se contó con información sobre lo que estaba pasando en Alemania y en los territorios ocupados. Por ejemplo, en junio de 1942 se conoció el Informe Bund, que proporcionaba información detallada de lo que sucedía en cada ciudad y región de Polonia y afirmaba que, hasta ese momento, unos 700 mil judíos polacos habían sido víctimas de las políticas nazis. En su libro The Man Who Stopped theTrains to Auchwitz: George Mantello, El Salvador and Switzerland’s Finest Hour (El hombre que paró los trenes a Auschwitz: George Mantello y el mejor momento de El Salvador y de Suiza), publicado en 2000, el Dr. David Kranzler señala que el Informe Bund sirvió de base para para el concepto de “crímenes contra la humanidad” que se usaría en el Tribunal de Nuremberg después de la guerra.
Siguieron llegando informes, y, en julio de 1942, se conoció el cable Stern con información sobre deportaciones masivas del gueto de Varsovia, y, en abril de 1944, dos judíos eslovacos, Rudolf Vrba y Alfred Wetzler, que habían logrado escapar de Auschwitz escribieron un informe con testimonios de primera mano; este informe pasó a conocerse como el Protocolo de Auschwitz. Lo que ocurría era el Holocausto, y el United States Holocaust Museum explica que Holocausto es una palabra de origen griego que significa “sacrifico por fuego.” Explica también que a veces se le denomina “Shoá, palabrea hebrea que significa ‘catástrofe’”.
A Ginebra había llegado, trasladado de Hamburgo y de Zúrich, el cónsul José Arturo Castellanos. Además, había llegado György Mandl, judío originario de Transilvania, que el cónsul Castellanos ya conocía y al que nombró primer secretario del Consulado. Cambió su nombre a George Mandel-Matello y se naturalizó salvadoreño. Allí se encontraba también el Dr. Guerrero, que de hecho había trasladado la Corte Permanente de Justicia Internacional a aquella ciudad. Los tres estaban horrorizados con lo quepasaba, pues no había palabras en el diccionario, en ningún idioma, para calificar el bestial y absoluto desprecio por la vida y por la dignidad humana.
En El orden internacional, publicado en 1945, el Dr. Guerrero dice: “El instrumento legal dado al Estado nazi para garantizar la unidad de la nación, fué reforzado por otras disposiciones destinadas a eliminar los elementos que, según opinión del partido, eran extraños al verdadero espíritu germánico. Los socialistas y los comunistas fueron reducidos, en un abrir y cerrar de ojos, a la impotencia o absorbidos por el partido. El incendio del Reichstag fué la señal de ejecución del partido comunista. Los israelitas fueron despojados de sus derechos civiles por las leyes de Nuremberg, según el pensamiento nazi, a la protección de la sangre y del honor alemanes; fueron desposeídos de sus bienes, perseguidos sin piedad y, finalmente, exterminados en su mayor parte”.
¿Qué podía hacer un pequeño país del otro lado del mundo? “Alrededor de 2005, una mujer encontró una misteriosa maleta en su sótano en Ginebra, Suiza. En el interior encontró más de mil certificados de la Segunda Guerra Mundial, los cuales tenían el sello oficial del Consulado de El Salvador y fotografías de hombres, mujeres y niños. ¿Qué eran estos documentos? ¿Por qué documentos oficiales de décadas pasadas y que pertenecían a un país centroamericano habían quedado olvidados en un sótano suizo? ¿Cuántos de estos documentos llegaron a sus destinatarios? Su historia revela una de las iniciativas de rescate de mayor escala del Holocausto, aunque la menos conocida”, dice el United States Holocaust Museum.
El cónsul Castellanos y el primer secretario Mandel-Mantello hablaron con el Dr. Guerrero sobre la operación de rescate que tenían en mente: proporcionar documentos salvadoreños a judíos para salvarlos de los campos de concentración y de exterminio nazis, y solicitaron su apoyo y su aprobación.
La respuesta del humanista era previsible e inmediatamente brindó su total apoyo. Según John Lamperti en su artículo El Salvador’s Holocaust Heroes (Los héroes del Holocausto de El Salvador), “la idea de consultar al Dr. Guerrero puede haber sido un substituto de buscar la aprobación del gobierno salvadoreño, aprobación que bien podría haber sido denegada, ya que en ese momento el General Martínez todavía estaba en control”.
De acuerdo con Yad Vashem, Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá, cuando estaba en Hamburgo, el cónsul Castellanos ya había intentado, sin éxito, dar visados a judíos en Alemania para que pudieran salir del país. “Ante la desesperada situación de los judíos en Alemania a fines de la década de 1930, pidió permiso a sus superiores para emitir visados que permitieran a los judíos abandonar Alemania. Recibió órdenes escritas de no emitir tales visados. El 2 de enero de 1939 envió una carta al Ministro de Relaciones Exteriores de El Salvador, describiendo la terrible situación de los judíos e intentando persuadirlo de que cambiara su política, pero en vano, ya que no recibió permiso para extender dicha ayuda”.
En el libro titulado Coronel José Arturo Castellanos: Héroe del Holocausto, que el Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador publicó en 2008, se afirma: “No hemos encontrado evidencias sobre si Castellanos informó durante los primeros dos años a nuestro Gobierno de lo que estaba pasando en el Consulado a su cargo, es decir, acerca de la emisión masiva de Certificados de Nacionalidad a favor de miles de personas de origen judío, que deseaban escapar del exterminio nazi, ni de que había nombrado a George Mandel Mantello como Primer Secretario de dicha oficina consular, al menos hasta finales de 1944”.
Así, el pequeño y lejano país en los confines del trópico, inició su gran operación de rescate en Europa.