“Ver, Oír y Callar” decía una orden del hampa a la entrada del suburbio. No obstante -entre la niebla del amanecer- el “Lágrima” -el pandillero sin luz- escribió su último mensaje sobre el muro, antes de huir de la ciudad herida. Cuando niño trazó un corazón en la pared de su vivienda, pensando en su mamá. Ella lo castigó por eso. “¡Ya nuestra vida está manchada!” -le reprochó. Tiempo después -ante su padre asesinado en un callejón- el “Lágrima” dibujó con la misma sangre un corazón en la muralla. Al crecer fue capturado por pertenecer a la pandilla de “Los Batos Locos”. Fue cuando dibujó una lágrima en la mazmorra. Por ello le apodaron “Lágrima.” La misma que fue tatuada en su rostro. Desde entonces “Lágrima” llevó ese apodo y esa marca imborrable de su propio destino. Con el tiempo desapareció de la ciudad sin luz. No se sabe si huyó de allá o fue otro desaparecido más del crimen urbano. Esta vez lo que el desdichado paria dibujó en el muro al partir, fue una estrella. La misma que terminó apagándose, como todas las que brillaron brevemente en la noche de su propio destino.
El “lágrima”: una lágrima pintada en los muros
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