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No hay paz sin justicia

Acabar con la violencia de unos a costa de la represión de toda la sociedad, solo la perpetúa, acentuando el resentimiento y destruyendo la justicia. Un Estado que busca conseguir armonía y tranquilidad violando la dignidad de algunos para satisfacción de la mayoría, solo destruye la paz, genera odio e intolerancia

Por Juan José Fortín-Magaña F

Recientemente en internet me topé con uno de los discursos políticos más poderosos que he escuchado, no solo por la elocuencia de sus palabras, sino sobre todo por la verdad de su mensaje: “La paz no es meramente la ausencia de conflicto, sino la presencia de justicia. Nunca más permitamos que nuestros intereses políticos nos detengan de hacer aquello que sabemos es moralmente correcto”. Este certero mensaje no fue dado por Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela, sino por Harrison Ford en la película Air Force One.


Reflexionando sobre este discurso, quise centrarme especialmente en el concepto de la paz. Y es que esta palabra suele estar en la boca de todos: “amor y paz” reza el famoso motto de la cultura hippie; paz es la que nos damos en misa antes de la comunión, y hasta existe un premio Nobel enteramente dedicado a esta.

La paz suele ser vista como uno de los mayores valores que puede existir en una sociedad o nación, como la condición necesaria para la existencia del bien común e incluso, como el fin mismo de la del Estado.


Como bien señala Ford, parafraseando pensadores como Santo Tomás de Aquino, la paz no puede ser vista meramente como la ausencia de problemas o guerras, dado que es un valor que trasciende esa definición, y está íntimamente ligada a la presencia y persistencia de la justicia. Para que exista una verdadera armonía social, es necesario el respeto a la dignidad humana, la promoción de la equidad y la caridad e incluso el perdón y la reconciliación. Por ende, a la paz no puede llegarse por atajos ni salidas rápidas, requiere un permanente trabajo y compromiso por parte de todos los miembros de una sociedad.


Es en este sentido, que no puede verse como paz aquella tranquilidad que se ha conseguido por medios injustos. Acabar con la violencia de unos a costa de la represión de toda la sociedad, solo la perpetúa, acentuando el resentimiento y destruyendo la justicia. Un Estado que busca conseguir armonía y tranquilidad violando la dignidad de algunos para satisfacción de la mayoría, solo destruye la paz, genera odio e intolerancia en el corazón de las personas, y esconde bajo el tapete los problemas que debería de enfrentar con entereza. Incluso, viéndolo en un sentido puramente pragmático, una política pública que busque generar estabilidad social por medio de la represión no es sostenible en el tiempo. No se puede cultivar una paz que perdure, si en el corazón de las personas se siembra rencor, se exalta la violencia del Estado y se premia la corrupción e impunidad. Esta aparente “paz” durará lo que dure la fuerza represiva y el dinero para mantener a una sociedad obnubilada, que como la historia ha mostrado, no suele durar tanto tiempo como los demagogos quisieran.

La verdadera pacificación se logra en conjunto con otros y no a costa de otros. Solo en la medida que reconozcamos que esta es fruto de la justicia y de un trabajo perenne por la promoción de la dignidad de todas las personas, es que podremos alcanzar una paz real y duradera. Es momento en que empecemos a trabajar en conjunto por una sociedad mejor, una que no esté marcada solo por la ausencia de conflictos o violencia, sino sobre todo por una búsqueda genuina de prosperidad para todos sus miembros. Porque, así como decía Gandhi: “No hay caminos para la paz, la paz es el camino”.

Lic. en Economía y Negocios, Master en Psicología y Comportamiento del Consumidor

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