En esta carta, en primer plano está la foto. Y esta imagen habla, mejor que cualquier palabra que yo puedo agregar.
Cuando la vi publicada, me impactó profundamente. Hay fotos que te cuentan una historia. Y hay fotos que te obligan a imaginarte el drama detrás de ellas. Cuando me gradué de mis estudios de lingüística y literatura, mi tesis fue sobre dos fotos que representaban —y al mismo tiempo definían— el rumbo de la Guerra en Vietnam. Esta guerra fue la primera, de la cual el mundo recibió imágenes de los horrores de manera casi inmediata —con el único desfase de las horas de vuelo entre Saigón y Europa o Estados Unidos.
Una era la foto del general del ejército survietnamita, que en plena plaza pública está ejecutando a un guerrillero Vietcong capturado. La otra era la foto de una niña vietnamita desnuda que corre —y grita— junto con otros niños, para huir de una nube de napalm. Escribí sobre la manera que este tipo de fotos cuentan historias —y hacen historia. Ambas fotos se convirtieron en iconos del movimiento mundial contra la guerra de Estados Unidos en Vietnam, que años después obligó a Estados Unidos que retirara sus tropas.
El mismo poder tiene la foto de Neto con el cartel dedicado a su esposa. Cualquiera que ve la historia detrás de esta foto solamente sabe que se trata de un hombre encarcelado, comienza inevitablemente a imaginarse el drama. Karla tiene que ser la mujer que el hombre ama, y la profunda expresión de tristeza, que capta la foto en la cara del preso tiene que ver con el hecho de que está bajo un régimen inhumano que le niega cualquier contacto con el mundo externo, hasta con la mujer que ama. Las letras “Karlita, te amo” están escritas con un plumón, un objeto al cual los presos no tienen derecho de poseerlo. Tampoco papel, así que el preso usó una hoja de su expediente fiscal para su mensaje —y la cámara de vídeo de la audiencia digital para difundirla sorpresivamente. La difunde como un grito silencioso —no sólo a su mujer, sino al mundo, a nosotros. Vemos la cara de un hombre que tiene grabado en su rostro un historial de tortura, tormento, hambre, soledad y una imborrable tristeza.
Todo esto es visible en la foto. Mandarla es un acto de rebeldía —el único que el preso puede hacer. La imagen es más poderosa que sus palabras de denuncia en la última audiencia, a la cual lo llevaron al juzgado —y luego de la cual decidieron no volver a presentarlo para silenciarlo. Fracasaron. El preso habrá pasado meses en su celda ingeniando cómo poder romper el silencio, y sobre todo cómo mandar un mensaje a la mujer que ama.
Imaginarse todo esto que nos revela la foto rompe el corazón a cualquiera que tiene corazón. Hay que ser desalmado para no querer ver que aquí están destruyendo a un individuo, de una manera ilegal, inhumana e imperdonable.
Ojalá que esta foto tenga el poder que tuvieron las fotos de Vietnam, el poder de terminar con el sufrimiento que retratan.
Saludos a Neto y Karla...
Paolo Luers