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Sonata para un hombre bueno

Allá afuera hay gente que ha depositado sus esperanzas en tus manos; que necesita creer que no todo está perdido: niños que crecerán sometidos a la falsa paz de la represión y del miedo; hogares que tendrán que tragarse en el almuerzo las cifras que no verán reflejadas en su mesa y los clamores que no podrán expresar en voz alta; allá afuera hay salvadoreños que anhelarán en unos años el haber descubierto a tiempo que la justicia y la solidaridad no se construyen a punta de discursos baratos de ególatras sin conciencia

Por Darío Cardona

Sé que estás atribulado, preguntándote constantemente si ha valido la pena el esfuerzo, si después de tanto bregar por este enturbiado mar has logrado llegar a alguna parte o si las fuerzas que empujan a este país a su vórtice son superiores a tus propias fuerzas. Sé que estás rendido, vencido a medio campo viendo cómo los que creías tus aliados se tuercen como la maleza bajo el peso de las dádivas, de la represión o de la ambición. Has visto empresarios que se decían demócratas guardar bochornoso silencio; políticos que se decían honestos vendiéndose al mejor postor; has visto a muchos académicos callar frente a lo que denunciarían si no les untaran la mano, ya lo decía Cervantes que “donde interviene el favor y las dádivas, se allanan los riscos y se deshacen las dificultades”; has visto a muchos empleados públicos callar por hambre; a muchos oprimidos callar por miedo; has visto a muchas promesas jóvenes pasar por encima de tus hombros en su ambición desmedida por obtener poder y reconocimiento.


Yo he visto atenuarse en tu frente el brillo de la esperanza que te animaba otrora. Te preguntas a menudo ¿qué has ganado renunciando al lecho blando, a la mesa llena, a la hacienda próspera, a las sonrisas y a los amigos que nos trae siempre la abundancia con sus cascabeles de oropel? ¿Qué has ganado dedicando los más valiosos años de la juventud a curar las heridas de un pueblo enfermo y agonizante que solo sabe repartir dolor? ¿Qué has ganado después de tantos años de renunciar a la paz y a la comodidad que provee desentenderse del sufrimiento ajeno? ¿Qué has ganado complicándote la vida que ya tenías resuelta, aparte de las humillaciones, la marginación, las traiciones y los insultos de gente que te es completamente ajena? ¿Qué has ganado mezclándote a diario con los traidores de la patria que erigen con su servilismo este Régimen de odio en tu afán por contener el dique de la corrupción?


Seguramente no has ganado mucho en el orden material del mundo. Quizá al cabo de todo esto tendrás menos amigos, menos bienes, menoscabada tu fama; pero antes de autoconvencerte de que todo esto ha sido un mal negocio, es imperativo de justicia examinar tu obra con los ojos de las almas superiores: has obtenido la tranquilidad de haber hecho siempre lo que creíste correcto; te has ganado la admiración de la gente noble, de los idealistas y de los modestos que aunque no son los más que habitan Sodoma, son los más valiosos, al fin y al cabo “un hombre vale por lo que construye”; has dejado un legado en cada esfuerzo prodigado, pero sobre todo, has inspirado a otros a seguir tu camino; has creado “la chispa que encender puede gran llama” y has motivado a otros que no dejaremos que tu obra sea vana. Al poner el bienestar de tu gente por encima del tuyo propio has conseguido superar la barrera que separa al hombre del héroe, y lo has hecho en silencio, libre de todo envanecimiento.


Es cierto que el camino de la gloria es angosto y tortuoso. Si fuera ancho y llano todos pasarían por él. Afortunadamente, como lo dijera Napoleón Bonaparte “el coraje no se puede simular: es una virtud que escapa a la hipocresía”; el camino a la felicidad no tiene atajos. Al contrario, “cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria” y este país está ofreciendo cada vez mayores dificultades para la gente verdaderamente honrada.


Allá afuera hay gente que ha depositado sus esperanzas en tus manos; que necesita creer que no todo está perdido: niños que crecerán sometidos a la falsa paz de la represión y del miedo; hogares que tendrán que tragarse en el almuerzo las cifras que no verán reflejadas en su mesa y los clamores que no podrán expresar en voz alta; allá afuera hay salvadoreños que anhelarán en unos años el haber descubierto a tiempo que la justicia y la solidaridad no se construyen a punta de discursos baratos de ególatras sin conciencia. Allá afuera hay hombres y mujeres que necesitan creer que hay salvadoreños impertérritos que no se conmueven ante la veleidad de los poderosos, que se yerguen como rocas al embate de las olas; salvadoreños que no merecen el destino aciago que se cierne sobre sus cabezas. Por ellos bien vale la pena levantarse una y otra vez, aunque las dificultades nos sobrepasen, aunque el temor nos arredre a veces, pues la valentía no es la ausencia de miedo sino la capacidad para sobreponerse a él.

El motor del progreso y de la felicidad de los pueblos está hecho de idealistas que dieron un paso al frente cuando el resto eligió dar un paso al costado. Demos, pues, el paso al frente y hagamos que “todo el mundo se levante, que nadie se quede atrás, que no seamos ni uno ni dos de nosotros, sino todos”(Popol Vuh, libro sagrado de los mayas).

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