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Cinco panes y dos pescados

La generosidad tiene un efecto multiplicador. Si todos decidiéramos ser generosos, ¡qué diferente sería nuestra sociedad! Pensaríamos, en lugar de ver cómo se arma conflicto, cómo hago para que el otro tenga lo que le falta.

Por Carmen Maron

Muchas veces mis lectores (reales o figurados) me preguntan cuando leen mi artículo. “¿Y usted que hace al respecto?” “¿Y por qué no cambia usted las cosas?”. Bueno. La verdad es que hay muchísimas cosas que quisiera cambiar, pero, no puedo. Uno puede tratar de crear conciencia, pero nadie puede cambiar una sociedad.


Los católicos estamos a punto de entrar a la Semana Santa (que también la comparten algunas denominaciones protestantes tradicionales). Yo sé que la Semana Mayor tiene un poquito de mala fama, porque el relajamiento de la gente en vacaciones trae muerte y accidentes. Pero, como la cuaresma, se trata de dimensionar algo más importante: un tiempo para meditar en qué debemos de cambiar y cómo podemos buscar ser mejores personas y seres humanos más rectos y sinceros.


Buscando qué hacer este tiempo santo (digamos que por temas de salud yo casi no puedo hacer nada de lo que manda la Iglesia), me encontré con el relato bíblico del muchacho de los cinco panes y los dos pescados. Lo transmito en lenguaje vulgar. Una multitud se había quedado a oír a Jesús predicar. Cayó la tarde y Jesús se sintió mal de mandarlos a su casa sin cena. Entonces le dijo a los discípulos que les dieran de comer.

Aquellos discípulos ya habían sido testigos de varios milagros: las Bodas de Caná, la Pesca Milagrosa. Ellos sabían que Jesús hacía cosas fuera de lo común. Pero, los detuvo lo obvio. Alimentar a tanta gente era carísimo, mejor despedirlos y que se compraran su cena. Al final, uno de ellos, en una versión del relato, encuentra a un muchacho que tiene cinco panes y dos pescados. El muchacho los donó, Jesús los bendijo y todos comieron hasta saciarse. Allí debe de haber habido seguidores, fariseos, saduceos, romanos, griegos y etc. Todos comieron por igual.


El punto central aquí es la figura del muchacho. Él pudo haberse comido sus pescaditos y panes sin obligación ninguna de compartirlos. O sea, era un poquito obvio que no iba a alcanzar. Pero, en su generosidad, los dio. Y, aquí, para los que me preguntan, está la cuestión. Es fácil decir “¿por qué no hace algo?”. Es un poquito más complicado decir “yo voy a hacer mi parte”.

¿Qué pasaría si cada uno de nosotros diéramos nuestros cinco panes y dos pescados? ¿Será que entonces no habría niños trabajando en la calle? ¿Será que entonces los niños del vecino que no tienen leche la tendrían?


Miren, la compasión no es tema de clases sociales ni de colores políticos. Es más, me atrevo a decir que entre más da una persona, menos le interesa figurar, porque al final se da cuenta que cualquier cosa que queramos hacer es tan exiguo como esos cinco panes y dos pescados.


Pero la generosidad tiene un efecto multiplicador. Si todos decidiéramos ser generosos, ¡qué diferente sería nuestra sociedad! Pensaríamos, en lugar de ver cómo se arma conflicto, cómo hago para que el otro tenga lo que le falta.
En este mundo materialista, donde el poder, el dinero y el estatus son ídolos, ser generoso y no permitir que la mano izquierda vea lo que hace la derecha es algo hasta desfasado. Pero, de nuevo, sean ustedes creyentes o piensen que es una alegoría bonita la pregunta queda. ¿Sería posible que todos diéramos nuestros cinco panes y dos pescados? Y si lo hacemos como sociedad ¿cambiarían las cosas?


Algo interesante que pensar en esta Semana Mayor.

Educadora.

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Cristianismo Opinión Semana Santa Valores

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