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Los radioaficionados salvadoreños, pioneros en Centroamérica

Entre 1922 y 1923, un grupo de salvadoreños introdujo a la región centroamericana en las ondas de la radioafición. Escuchar y transmitir se volvieron acciones para abrir el espectro radioeléctrico del istmo.

Por Carlos Cañas Dinarte | Mar 04, 2023- 05:58

Víctor M. Escobar y Ricardo Posada.

Con el fin de la Primera Guerra Mundial, en El Salvador hubo una verdadera avalancha de transferencias tecnológicas. La electricidad, los aviones, los automotores, los telégrafos y los teléfonos se convirtieron en elementos que marcaban la llegada de una sociedad preindustrial orientada hacia una mayor conexión con el mundo del mañana. Las ciencias y las tecnologías implicaban un cambio: café por nuevas sendas abiertas por máquinas y energías.

Durante la Gran Guerra, el gobierno mexicano de Venustiano Carranza obsequió un aeroplano monoplaza y una estación radiotelegráfica. Las comunicaciones inalámbricas hicieron su aparición así en una sociedad en la que las labores de los telegrafistas eran imprescindibles para enviar y recibir mensajes, en especial en momentos de inundaciones, terremotos, epidemias, plagas, alzamientos y otras circunstancias especiales. Por eso no resultaba extraño que un telegrafista ganara entre 480 y 3,000 colones al año, según fueran sus labores en áreas urbanas o rurales. O si le correspondía atender la estación especial ubicada en Casa Presidencial (hoy predio de la exBiblioteca Nacional, sobre la calle Delgado) y los mensajes de y hacia la Presidencia de la República. Un sueldo alto, si se toma en cuenta que Ricardo Posada -Director General de Telégrafos y Teléfonos durante las presidencias de Fernando Figueroa hasta Alfonso Quiñónez Molina- devengaba 6,000 colones anuales.

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Para inicios de esos “locos años 20”, El Salvador ya poseía unas 200 matrículas de automóviles de combustión interna, cuyos ruidos se escuchaban en los ambientes urbanos y rurales desde 1910. Además, en San Salvador y alrededores ya hacía tres años que existía una red de tranvías eléctricos, alimentados por la fuerza generada por pequeñas plantas hidroeléctricas como la de Agua Caliente y Milingo, cuyas operaciones habían iniciado entre 1890 y 1892, gracias a la Compañía de Alumbrado Eléctrico de San Salvador, CAESS.

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El Ing. Mejía Duke y su estación radioaficionada, en fotos de 1924 (arriba) y 1929 (abajo), publicadas por las revistas estadounidenses The American Exporter y Radio Design. Imágenes cortesía de la Biblioteca del Congreso, Washington D. C.

El 15 de octubre de 1921, en la ciudad de New York, durante la Exposición de Industrias Eléctricas, la Radio Corporation imprimió un nuevo hito en la historia de las tecnologías de la comunicación. Ese día realizó la primera emisión mundial de broadcasting (difusión). Por primera vez, la voz humana fue convertida en ondas radioeléctricas y fue decodificada y escuchada gracias a aparatos receptores. Así surgieron la radiodifusión y su hermana gemela, la radiotelefonía. De la mano de ambas, un tercer descendiente eléctrico lo marcaría la radioafición.

En la noche del 6 de octubre de 1922, en la sede central de la Dirección General de Telégrafos y Teléfonos en la capital salvadoreña, el colaborador técnico Víctor M. Escobar puso a prueba un aparato elaborado con sus propias manos e inventiva. Con él, pudo sintonizar radioemisoras estadounidenses y cubanas. Diez días más tarde, el lunes 16, el mismo señor Escobar usó una victrola de su propiedad y, en horas nocturnas, lanzó al aire música de discos de carbón, de 78 revoluciones por minuto. Aquel concierto marcó el inicio de las transmisiones de radiotelefonía desde El Salvador. Desde entonces, las ondas pasarían ya no sólo a ser recibidas y decodificadas, sino también podrían ser codificadas y transmitidas. Así lo comprobó Thomas Lipton cuando, en octubre de 1922, realizó la primera llamada de radiotelefonía desde Nueva York a Londres.

Por las mismas fechas, Gerardo L. Castillo, jefe de la estación radiotelegráfica Venustiano Carranza (ubicado donde ahora existe un parque con ese nombre, en las cercanías de la exCasa Presidencial del barrio San Jacinto, en San Salvador) ofreció otro concierto nocturno con otra victrola, a la vez que realizó una llamada de radioteléfono con un aparato portátil de su construcción, que poseía 50 kilómetros de alcance. Aquella llamada fue contestada en un teléfono normal por un joven ingeniero salvadoreño, J. Federico Mejía, formado en los Estados Unidos de América.

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Ante la fascinación desatada por todos esos experimentos de radiofonía y pese a la grave crisis fiscal por la que atravesaba el país, el gobierno salvadoreño decidió invertir 30,000 dólares de la época en la compra de una estación radiorreceptora, a la que eventualmente se le podría añadir un transmisor para la divulgación hacia el exterior. Para operar aquellos equipos, el país contaba con los señores Posada, Escobar, Mejía y, dentro de muy poco, con jóvenes como Emilio Coste, Carlos Espinosa y otros a los que había becado para estudiar comunicaciones sin hilos en distintas ciudades estadounidenses.

El 14 de noviembre de 1922, un acuerdo del Poder Ejecutivo salvadoreño -publicado al día siguiente en el Diario Oficial- le encargó al colaborador técnico Víctor M. Escobar un estudio para el desarrollo de la telegrafía y telefonía inalámbricas, con un sueldo mensual de 200 colones.

Gracias a esa nueva tecnología -desarrollada en el país con mucha inventiva y partes adquiridas en el extranjero-, el lunes 20 de noviembre de 1922, en San Salvador pudo escucharse el Himno Nacional y la voz del médico salvadoreño Dr. Luis V. Velasco, delegado nacional ante el VI Congreso Médico Latinoamericano, reunido en La Habana. Varias noches a la semana y durante unas cuantas horas, decenas de personas acudían a la Dirección General de Telégrafos y Teléfonos a escuchar conciertos y transmisiones internacionales varias, procedentes de emisoras de Estados Unidos, Europa y el Caribe.

Para 1923, la República de El Salvador ya poseía 10 aparatos de radiotelefonía, con capacidad para recibir y emitir señales. Uno de ellos estaba instalado en la Casa Presidencial y otro estaba en manos del ejército nacional, pero ocho pertenecían a ciudadanos del sector privado. Una de aquellas “radio-instalaciones privadas” era la estación SR-FMH (siglas de Salvador-Federico Mejía hijo) o 1-FMH, situada en el número 21 de la entonces 14ª. avenida norte (actual 5ª. avenida norte, en las cercanías del otrora Campo de Marte, ahora Parque Infantil de Diversiones), en la ciudad de San Salvador. Su propietario era el ingeniero eléctrico Joaquín Federico Mejía Duke, nacido en la ciudad de Nueva San Salvador (llamada Santa Tecla desde el primer día de 2004), el 24 de marzo de 1893, en el hogar formado por Federico Mejía Uriarte (Guatemala, 15/3/1861-San Francisco, California, 16/6/1937) y Sara Duke Carazo (1868-3/4/1955).

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Debido a que su padre era el entonces Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de la Legación de El Salvador en Washington D. C., el joven Joaquín Federico tuvo oportunidad de inscribirse y graduarse en centros educativos de aquella nación norteamericana. El 1 de mayo de 1918 defendió su tesis Diseño de un generador de 225 kilowatts en el Instituto Politécnico Rensselaer (RPI, ubicado en Troy, estado de New York, fundado en noviembre de 1824), gracias a la que logró su grado en Ingeniería Eléctrica. De regreso en El Salvador, obtuvo su primer empleo como segundo ingeniero de CAESS (1918-1919), a lo que siguió su designación como gerente e ingeniero jefe del Ferrocarril de San Salvador y Santa Tecla (1920-1926). En septiembre de 1921, en la capital salvadoreña, contrajo nupcias con la santaneca Rosa Batlle.

Para junio de 1923, el ingeniero Mejía Duke ya estaba incorporado con su grado en la Universidad de El Salvador y fungía como radioamateur (radioaficionado), gracias a su estación 1-FMH, pionera de la región centroamericana. Dicha instalación la construyó con un emisor de chispa de seis tubos, con el que podía captar emisoras de radio localizadas entre 700 y 3,000 millas de distancia, entre noviembre y marzo. Cada noche, podía escuchar entre 12 y 18 emisoras con suma claridad, por lo que él, familiares y amigos aprovechaban para bailar los ritmos de orquestas de Albany, Boston, Chicago y Nueva York.

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Después, sus inquietudes de ham y fan harían que cambiara aquel equipo inicial por radioteléfonos de 5 y 10 vatios, hasta llegar a un Hartley de 50 vatios y 1200 voltios, con un receptor modificado Reinartz. Su estación operaba en los 42.6 metros de longitud de onda, con una antena vertical en jaula. Sus transmisiones diarias las realizaba desde las 10 de la noche hasta la 1 de la madrugada, con pleno conocimiento del código internacional de los radioaficionados y de su dominio del inglés. Esos detalles los reveló en una publicación de The American Exporter (Nueva York, volumen 95, no. 3, noviembre de 1924, pp. 74-76) y en una carta dirigida al español Miguel Moya, director de la revista especializada EAR (Madrid, España), que fue publicada en la página 5 del número 15, el 25 de mayo de 1927.

Aparte de esas descripciones y fotografías de su 1-FMH, el Ing. Mejía Duke también divulgó más material de sus actividades como radioaficionado en revistas estadounidenses, como QST (publicación oficial de la American Radio Relay League, de la que era socio, volumen 8, 1925, p. 10) y Radio Design (Lawrence, Massachussetts, volumen 3, no. 3, otoño de 1930, pp. 81-82).

El número 1 que antecedía a las siglas FMH de la emisora del Ing. Mejía Duke se referían a que era una estación privada de hasta 200 metros de longitud de onda, con 500 vatios de potencia máxima, operada por alguien “aficionado al sistema radio” y que podía estar dotada “de dispositivos y aparatos para la transmisión y  recepción radiotelegráfica y radiotelefónica”, en cumplimiento de lo fijado en las dos partes y 21 artículos del Reglamento para el establecimiento de estaciones radiotelegráficas y radiotelefónicas, emitido mediante decreto del Poder Ejecutivo de El Salvador, el 1 de mayo de 1923 y publicado por el Diario Oficial el sábado 12, tomo 94, no. 108, pp. 942-943.

Aquella fue la primera ley para el registro y regulación de las actividades de los radioaficionados en el istmo centroamericano, que en su primer artículo fijó al espectro radioeléctrico como monopolio del Estado salvadoreño. Después vendrían otras disposiciones legales, emanadas de la Conferencia Interamericana de Comunicaciones Eléctricas (ciudad de México, mayo de 1924), desarrollada como consecuencia directa de la V Conferencia Panamericana (Santiago, Chile, 1923).

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El 31 de diciembre de 1924, en el marco de la Exposición Nacional de Artes e Industrias (San Salvador), el señor Escobar y Ramón Sánchez presentaron un nuevo aparato de radiotelefonía creado por ellos. Más vatios, voltios y mayor longitud de onda fueron agregados a aquellas experiencias radioeléctricas nacionales, a las que desde el 2 de noviembre de 1923 se sumaba el costarricense Armando Céspedes Marín, con su emisora radioaficionada NRH, operada desde Heredia. Además, en el territorio salvadoreño ya operaban varios receptores de galena, con los que algunas personas escuchaban emisoras extranjeras, como las estadounidenses WRC (Washington D. C.) y KFKX (Hastings, Nebraska).

El 1 de marzo de 1926, el ingeniero Mejía Duke formó parte de otro capítulo de las comunicaciones eléctricas centroamericanas. Ese día, desde los altos del segundo Teatro Nacional de San Salvador, salió al aire la AQM, la primera estación radiodifusora de la región, con el Ing. Mejía Duke como jefe (1926-1932), en compañía del gerente Miguel Ángel Chacón y del también escritor y periodista Joaquín Castro Canizález “Quino Caso” como primer locutor del país.

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Para 1930, la estación radioaficionada del Ing. Mejía Duke usaba las siglas identificativas YS1FM, en seguimiento de los lineamientos internacionales vigentes, que también le otorgaron a la Radio Nacional de El Salvador las de YSS, en sustitución de las anteriores AQM y RUS.

En los siguientes años, el Ing. Mejía Duke se convertiría en miembro fundador de la Comisión Nacional de Electricidad (febrero de 1936, ahora CEL), catedrático universitario y cofundador y primer presidente del Club de Radioaficionados de El Salvador (CRAS), establecido el 24 de junio de 1958.

Tras su vida como funcionario y experto entregado al desarrollo de la electricidad y las comunicaciones en El Salvador, el ingeniero Mejía Duke falleció en San Salvador, el 9 de febrero de 1979. Hasta la fecha, ninguna calle, avenida, biblioteca o instalación pública relacionada con los campos de su interés académico y tecnológico le rinde homenaje. Es una deuda imperdonable e impostergable que El Salvador tiene con quien fue uno de los pioneros de las comunicaciones radioeléctricas en Centroamérica.

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