Qué agradable volver a ver edificios emblemáticos del Centro Histórico de San Salvador, que durante décadas habían estado cubiertos por ventas, que ya no podían llamarse informales. Con estructuras de ladrillo y cerámica, con instalaciones eléctricas piratas, en calles y aceras, sepultando las entradas de los comercios formales, que pagaban impuestos y empleados en planilla. Recordamos los intentos fallidos de gobiernos municipales anteriores, con el CAM retirando las ventas, y enfrentándose con gritos, insultos y hasta piedras con que se defendían los furiosos vendedores. ¿Y hoy qué pasó?
Se sabía la existencia entre los vendedores de una clase dominante, propietaria de varios puestos que alquilaba y cobrara cuota por los maniquíes que exhibían la ropa. Era territorio de pandillas que habían logrado lo que antes no pudo ningún Ministerio de Hacienda: el pago de una renta mensual por el puesto en la calle, nido de ladrones y narcotraficantes con total autoridad sobre esos territorios. Y de repente, como por milagro, y según el alcalde cyan gracias al diálogo, los mismos vendedores desmantelan sus puestos y las calles se limpian. Pero este milagro cyan tiene nombre y apellido: Estado de excepción, que no les permite quejarse ni protestar, por el temor de ser capturados y presos, como los más de 60,000 salvadoreños inocentes, víctimas de la política del miedo.
Según orgullosamente declara el alcalde cyan, ha retirado más de 3,000 vendedores, pero las matemáticas fallan cuando la opción del Mercado Tinetti solo ofrece 700 puestos sucios, descuidados y deteriorados, aunque promete más en el mercado que construirá en el predio de la ex biblioteca, en el todavía disponible Hula Hula, y en el maravilloso mercado a medio construirse en la Colonia Escalón, porque ya no se atreve a mencionar el abandonado y desolado Mercado Cuscatlán.
Evidentemente el alcalde puso la carreta delante de los bueyes. Quitó a los vendedores por miedo, sin tener espacios adecuados que ofrecerles, porque posiblemente la orden de HÁGASE YA vino de arriba aprovechando el estado de excepción. Tampoco da mucha esperanza la promesa de futuros mercados, ya que en pleno siglo XXI las municipalidades, y hoy la DOM, siguen construyendo mercados como a principios del siglo XX. Una galera cerrada, con 4 puertas de acceso, una en cada esquina, poco ventilado y menos atractivo para vendedores y compradores. Y si además con un par de pisos más, olvidando que muchos salvadoreños todavía no han aceptado la vivienda vertical, que los multifamiliares de 3 pisos se abandonaron, que muchos de los usuarios son personas mayores o con dolencias que no les permiten subir gradas.
Se sabe que las ventas ambulantes hacen negocios en las paradas de buses, con clientes que compran por las ventanas. Hay estudios de mercados en Sur América que incluyen paradas de buses dentro del complejo comercial para beneficio de los usuarios. En una entrevista, un conocido dirigente de los vendedores sugirió se construyeran mercados “como metrocentros para pobres” describiendo así a lugares abiertos, con grandes pasillos que invitaran a ser visitados. Que contaran con una zona donde hijos, cónyuges y familia de los vendedores pudieran disfrutar de aparatos de TV para que los domingos no fueran familias abandonadas, porque la madre o el padre tienen que salir a vender. Lamentablemente nunca se atendió a este tipo de recomendaciones.
La promesa del alcalde de que se limpiará la Calle de la Amargura que es el escenario de los Vía Crucis de Cuaresma, y hará resurgir el templo del Calvario, uno de los más bellos de la capital, es esperada con entusiasmo, pero siempre con la interrogante de qué puede ofrecer a los vendedores, que por miedo, tuvieron que desalojar lo que era su medio de sacar adelante a sus familias. Lástima que los mercados no gozaron de la prioridad de la megacárcel de Tecoluca.
Maestra.