Con esfuerzo y dedicación, Ester Garmendia y su esposo Orlando Solórzano lograron levantar un negocio familiar que a diario produce 3,000 tamales de diferentes sabores.
Todo comenzó con una olla pequeña de tamales que colocaban en una acera cerca del Teatro Nacional, en la capital. Ahora tienen su puesto de venta ubicado sobre la calle Arce, siempre en el corazón de San Salvador.
“Compramos un perol y así comenzamos a vender. Poco a poco se nos fue incrementando la clientela”, explicó Garmendia.
Las ollas con más de 500 tamales cada una y el olor que caracteriza los productos de doña Ester llaman la atención de los peatones. Sus clientes prefieren los tamales de doña Ester por su buen sabor.
En el negocio ofrecen tamales pisques, de elote, chipilín con queso, elote con frijol, gallina, de azúcar, y de costilla y sus precios varían desde los $0.35 hasta $0.75.
Es así como hace 30 años nació la “Tamalería Anita”, nombre que surgió por una de sus hijas. A pesar que su nombre es Ester, los clientes la reconocen como Anita.
“Nadie me conoce por mi nombre, todo es Tamales Anita, tengo clientes que me dicen ‘hola Anita quiero tantos tamales, no me dicen mi nombre solo Anita”, relató.
3,000 tamales
producen a diario para ser comercializados en el centro de San Salvador.
Ester y Orlando, en sus 30 años de matrimonio, procrearon 10 hijos, quienes también forman parte del negocio. Y es que elaborar tamales no es una receta fácil. A doña Ester y 10 personas más que le ayudan les toma toda la mañana para poder salir a tiempo con la venta.
“Desde las 4 de la mañana que empezamos, hasta las 8 de la noche que llego a la casa de vender, es todo el día”, relató Ester.
En su vivienda, ha adecuado un espacio para tener las cocinas, el molino y las mesas donde preparan los tamales. Aunque el trabajo es pesado, Garmendia disfruta preparar los tamales.
Este trabajo ha sido su única fuente de ingresos. “Yo empecé a vender desde que tenía unos 14 años”, detalló la emprendedora.
La infancia de Ester no fue fácil, ante el abandono de su madre, a los ocho años fue llevada donde una señora, Mercedes, para que trabajara en su negocio.
“No hay una receta secreta, todo está en que los materiales sean de buena calidad”,
Ester Garmendia, propietaria de Tamalería Anita.
Mercedes se convirtió en una madre para Ester y fue ella quien le enseñó a hacer tamales. En un comienzo ella solo los preparaba y luego los daba a vender, pero cuando conoció a Orlando, él la impulsó a crear su propio negocio.
“Compramos los materiales y comenzamos a trabajar independientemente”, añadió Orlando, quien aprendió el oficio de sastre, pero cuando se casó con Ester dejó su trabajo y comenzó el negocio de los tamales.
“Yo aquí hago oficios varios, ir a traer material, dejar pedidos y moler el maíz. El día sábado que es el más pesado comienzo desde la 2:00 de la mañana a moler, son casi 400 libras de maíz”, relató Orlando.
Con el esfuerzo de ambos, han sacado adelante a su familia de 12 miembros. Ana y Loida, dos de sus hijas, también han aprendido la receta.
“A los 12 años comencé ayudarle a mi mamá”, dijo Ana, quien desde pequeña se vio interesada en el negocio. Por su parte, Loida, de 13, se encarga de envolver tamales y despenicar el chipilín.