Este miércoles 22 de febrero iniciaremos la Cuaresma 2023. Es tiempo de reflexión y confrontación con nosotros mismos para convertirnos a Dios. La visión global de lo que pasa en el mundo nos obliga a tener una mentalidad critica ante las realidades que vivimos. El Papa Francisco, en su mensaje cuaresmal, nos recuerda el evangelio de la Transfiguración del Señor”. “Dios nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida, en Cuaresma se nos invita a “subir a un monte elevado” junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis”.
Cuando Jesús quiso saber lo que la gente pensaba de El, Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”. Sus discípulos y el mismo Pedro mostraron su disgusto al oírle hablar de que era necesario que el Hijo del hombre padeciera, fuera rechazado, que fuera entregado a la muerte y resucitar al tercer día. Les faltaba madurez, no habían dado el paso que Jesús quería. La Cuaresma nos llama a un cambio de mentalidad, a poner en orden nuestra vida, a renovarnos interiormente abriendo nuestros corazones a Dios y al prójimo. “La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz. Era precisamente lo que necesitaban Pedro y los demás discípulos”. (Papa Francisco).
La Iglesia tiene la ceniza como un símbolo del cambio que necesitamos. Antiguamente eran rociados con ceniza los “penitentes públicos” que estaban dispuestos a cambiar, pero al desaparecer esta costumbre, la Iglesia lo conservó como un símbolo de que debemos cambiar. No es un sacramento ni un gesto de magia, es el inicio de un camino para ser mejores. Simboliza nuestra condición débil y caduca, nuestra situación de pecadores, representa la conciencia de la nada, de nuestra nulidad frente al Creador como nos lo manifiesta el Patriarca Abrahán, “Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor (Gn. 18,27).
El evangelio nos recuerda tres prácticas cristianas que conducen a la conversión y salvación: “El ayuno, la oración y la limosna”. (Mt 6,1-18). “Ayuno” no es solo privarse de comidas, hay que ayunar de nuestras malas tendencias: El orgullo, la vanidad, la pereza, la frivolidad, las injusticias, el irrespeto a la dignidad de las personas. La “limosna” no es solo desprendernos de unas monedas para ayudar al necesitado, es también ayudar al ignorante, dar un consejo oportuno, ofrecer el perdón a quien nos ha ofendido. Recordemos las palabras de San Agustín: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”. La “Oración” nos abre a Dios,es necesaria para mantener nuestras buenas obras y generar el cambio de vida, cambiar nuestro corazón para ser más generosos. El camino cuaresmal nos puede parecer algo fastidioso pero el Papa Francisco nos dice que: “Lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino”.
Sacerdote salesiano.