La noticia sobre un próximo concurso de belleza de carácter internacional en nuestro país me trajo a la mente, inmediatamente, uno de los concursos de belleza más recordados o quizás, el más famoso, grabado en la literatura y en el lenguaje popular: el originado en la boda de Peleo y Tetis.
Como sucede en la mayoría de pasos previos a la celebración nupcial, los padres de Peleo y Tetis tenían que elaborar la lista de invitados a una boda donde se tiraría la casa por la ventana, pues los primeros de la lista eran los dioses del Olimpo, a la cabeza, Zeus y su esposa Hera. ¡Y el Cielo nos libre! Hera era dura para juzgar el actuar de los mortales, por lo que todo debía ser del mejor gusto y de acuerdo a la dignidad de los comensales.
Dado los costos dinerarios, las familias decidieron no invitar a la diosa Eris. Si entre los mortales es conocido que cuando no se invita a algún amigo o pariente, esto va a terminar en enemistad, no se imaginaron lo que sucedería con esta omisión: Mala decisión de los organizadores.
Y por supuesto que los demás dioses se habían encargado de comentar entre ellos sobre el evento al que habían sido convidados, incluso frente a Eris. “Y tú, Eris, ¿cómo irás vestida a la boda de Peleo y Tetis?”, a lo que ella contestó: “No iré, pues no me han invitado”. Esta aceptación pública de no ser tomada en cuenta la lastimó más.
Los dioses y mortales brindaban, reían y danzaban durante los esponsales, cuando repentinamente, ¡Eris se presentó! Muy erguida, seria y altanera, ingresó al gran salón caminando lentamente. La mayoría de los presentes se detuvo a observarla. Su rostro denotaba algo más que desprecio.
Sin que nadie lo esperara, Eris lanzó hacia el centro del lugar una manzana dorada, girando en redondo inmediatamente en busca de la salida.
El silencio se adueñó del lugar. La gente se apartó, alejándose del sitio donde estaba la manzana, pues se sintió atemorizada: sabía que Eris era la diosa de la discordia y la envidia.
Los principales dioses del Olimpo se miraron, sin atreverse a recoger el fruto del árbol cuidado por las 3 Hespérides, ubicado, según algunos, cerca de la cordillera del Atlas, en el norte de África, al borde del Océano que circundaba el mundo.
Zeus se hastió de la falta de valentía de los demás dioses y decidió recoger la manzana, notando que en ella habían grabado: “Kalliste” (del griego, “para la más bella”).
Así es, cuando decimos “la manzana de la discordia” no se refiere a la del Edén, sino a la de esta boda, muy resaltada en la mitología grecorromana.
Inmediatamente, Hera, Atenea y Afrodita se plantaron frente al Rey del Olimpo exigiendo la manzana. Esta se había convertido en un elemento de validación social y reconocimiento de quien es superior en belleza a las demás… y de envidia…
Zeus no sabía qué hacer. Tomar una decisión era confrontar con su esposa y con su hija Atenea. “Queridas, esto no vale nada. ¿Qué no ven que su objeto ha sido que confrontemos y se esfume la alegría en esta fiesta?”.
“A mí eso no me importa”, replicó Hera. “Yo la quiero”.
“Pero, mi amor —Zeus trató de conciliar—, ¿qué es esta pinche manzana en comparación a que eres la reina del Olimpo y de mi corazón?”. Hera lo miró fijamente con una ceja levantada. Zeus sabía que esa mirada indicaba que ella mantenía siempre en mente sus múltiples infidelidades, por lo que su argumento disuasivo perdía valor.
“Yo también lo quiero —dijo Atenea—. Pero, mi querida hija, ¿qué es esta pinche manzana ante tu potentado de sabiduría y triunfo en todas las batallas en las que te involucras?”. Atenea levantó la quijada y lo miró inquisitivamente, lo que le recordó a Zeus en cuántas batallas donde ella estaba a punto de lograr la victoria, él se entrometía para darle el gane a su opositor.
“Mi Rey, yo soy la verdadera merecedora de esa manzana, nadie más”, explicó Afrodita, mirándolo con sensualidad, lo que generó un leve mareo en Zeus.
Hermes se acercó para hablarle al oído: “Padre, záfese de este lío. Mejor busque a un mortal para que decida a quién se la da. No se meta en problemas”. Zeus se sintió agradecido por tener un hijo tan listo. Unos minutos después, Hermes anunciaba que un humano sería el juez para dirimir tan importante asunto.
Eris se salió con la suya: acabó con la celebración. La fiesta terminó temprano, cada quien se fue para su casa. Los ánimos se deprimieron porque la mayoría intuyó que de una elección como esa lo que se iba a generar era violencia y sufrimiento. Y no se equivocaban, esta elección y su Kalliste desencadenaron una serie de eventos desastrosos, más allá de la destrucción de Troya y de muchas familias, como lo podemos leer en “La Ilíada” y “La Odisea”.
Cientos de décadas después las cosas no parecen haber cambiado mucho: las mediciones de tipo subjetivo, como aquellas en las que están basadas las evaluaciones sobre los atributos físicos, en lo que se puede considerar belleza, no son ni por cerca promotoras de desarrollo y crecimiento, ni intelectual ni personal en las mujeres; tampoco ayudan al progreso de los pueblos, pues este no puede fundamentarse en la denigración de la mujer.
Paris, allá en los campos de Ilión, ahora Turquía, vibraba y corría de contento, por haber sido escogido para determinar cuál de las diosas era la más bella. No sabía en qué lío se había metido. ¡Hasta la próxima!
Médica, Nutrióloga y Abogada Mirellawollants2014@gmail.com