Para los que creían que era un personaje inventado por mí, les cuento que ¡reapareció Mr. Miles! Primero me escribió un breve correo electrónico (psicastrillo@gmail.com) comentando mi anterior artículo Deslizadero. “Disfruté mucho su artículo “Deslizadero”. No asistimos al mismo colegio -ponía- pero veo que igual nos divertimos en juegos tan sencillos como un deslizadero, los columpios o el subibaja. ¿gozábamos más la vida antes? ¿éramos más ingenuos los niños de entonces?”. Días después me sorprendió con una llamada que tuvo que ser muy breve por las ocupaciones de ambos. Ya había comentado cómo por sus comunicaciones me había parecido que los “hermanos lejanos” sienten la nostalgia de la tierra que los vio nacer y en la que gozaron los primeros años de su vida. Por eso, cuando me pillo hablando en mal de los teléfonos celulares y el daño que han venido a hacer a nuestras nuevas generaciones (y también a las no tan nuevas), me detengo rápidamente cuando reconozco las ventajas que han traído para la comunicación en general, si son usados con tino (sensatez, no Constantino ni masculino de tina).
Mr. Miles me contó que había estado “fuera de circulación” un tiempo por algunas afecciones de salud. “Ya a mi edad (el hombre frisa en las 7 décadas) debería haberme acostumbrado a la serie de achaques que me aquejan -me dijo- pero la verdad es que uno siempre se siente pollón, se sigue creyendo bicho”. “Poco a poco me voy haciendo a la idea que ya no puedo hacer todo lo que me gustaría o, por lo menos, lo que podía hacer antes. Creo yo que por eso Dios ha querido irme dando pequeñas señales, que no por eso dejan de ser un tanto difíciles de asimilar, de que los días que me van quedando son menos que los que ya viví. Ahora que tanto gozo los momentos y sencillas experiencias de la vida, me he dado cuenta que ya no tengo tantos años por delante como quisiera. Creo que justamente por eso las gozo y valoro más”
Como en la llamada pasada, rápido caí en la cuenta que el hombre quería ser escuchado más que conversar, así que presté con gusto mi entrenada oreja para atender a sus historias. En menos de lo que cantó el gallo del Evangelio, me contó que había andado en ronda por los consultorios de los médicos que lo atienden regularmente y de otros nuevos que le tocó por su reciente quebranto. “uno debería visitar de vez en cuando un médico que no lo conozca mucho: son más directos y menos ‘políticamente correctos’ como les enseñan por acá que deben comportarse”. Y se lo cuento porque la comparación que usted hacía sobre el deslizadero y la vida me sonó tan acertada sobre todo porque la bajada es tan rápida que, como en los deslizaderos de antes, por más que usted quiera detenerla lo único que consigue ahora, como antes que jugábamos, es quemarse las manos por la fricción con el deslizadero. Me pareció mejor lo que sugería de gozar la experiencia y, al igual que a usted, me dio envidia de la buena ese su amigo que, a estas alturas, se dedica a algo tan especial como lo que comentaba. Ese hombre vivirá largo porque ha de tener la sensación de que está empezando la aventura, y con Dios de su lado, seguramente tendrá largo el camino. Pero lo que le quería comentar (ahí viene la nuez me dije para mis adentros) es que…. Y se largó con toda la historia de sus dolamas que no es éste el lugar para contarlas.
Lo bonito fue la expresión del doctor nuevo (para él) y joven que había consultado como segunda opinión. Me contó que lo había examinado con detenimiento y cuando él terminó de referirle toda su delicada condición física, el joven respondió: “En efecto, ahora sus días son más valiosos, Mr. Miles”.
“Valiosos, Jorge, vea usted qué bonita forma de decirlo”. Salí igual de fregado porque ya no había mucho que hacer por lo que le consultaba, pero la palabreja me daba vueltas y vueltas en la cabeza. Valiosos. Mis días son valiosos y no voy a dejar que nada me los amargue. Así que doy gracias a Dios cada vez que me despierto y cada noche que me acuesto a dormir. Lo que me tomó aprender algo tan simple.
Ahora que empieza un nuevo año lectivo, ¿podríamos enseñarle a los chicos lo valiosos que son cada uno de los días que Dios nos da? Tarea difícil. Pero quizá si los maestros entendieran esa profunda verdad, se esmerarían porque sus estudiantes aprendieran lo que en esa clase planificaron enseñar. Aunque, como de seguro escribirá Óscar prontamente, “ni el calendario escolar de 200 días respetan, con el calendario escolar publicado que sale con 16 días menos de lo establecido en la Ley General de Educación”.
Psicólogo.