La actual Asamblea Legislativa cumple en mayo próximo dos años de haberse instalado en medio de la destrucción democrática que atraviesa nuestro país. En el pasado cada legislatura se ha distinguido por distintas formas de hacer y entender la política, es así como podemos enumerar varios pactos que lograron aritmética legislativa, alergia al disenso, arraigo a ideas peligrosamente retrógradas, decepciones ideológicas y partidarias y, por supuesto, el emblema y sello de siempre: corrupción. Lamentablemente la actual legislatura también encapsula todo lo ya mencionado, con la diferencia de que los que en el pasado estuvieron en el banco esperando a poder entrar a la cancha, son los que hoy aprietan los botones y enarbolan, con mayor decadencia, los mismos vicios del pasado.
Los legisladores que hoy visten de cyan no son nuevos en la política, tampoco nacieron o se formaron en un nuevo proyecto político, y mucho menos poseen nuevas ideas, esto último de hecho es un mito escondiéndose detrás de un slogan. Muchos recordarán cómo entre 2015 y 2017 se agudizó la crisis de los partidos políticos. En aquel momento enardecieron los debates entre liberales y conservadores, entre progresistas y corrientes tradicionales. Y también los políticos de antaño se rehusaban a dar un paso al lado, de esa forma los partidos rechazaron la oportunidad de innovar y reinventarse. Si las cúpulas partidarias no hubiesen sido tan tercas, probablemente el bukelismo no hubiese llegado a secuestrar nuestra democracia, pero henos aquí.
Al interior de aquella crisis política existían dos tipos de personas, las primeras eran un grupo de personas con una visión clara para innovar la política partidaria y proyectarse de forma distinta en la función pública, personas con ideas sustanciosas sobre cómo llevarlo a cabo y detener a tiempo el excesivo hartazgo que la ciudadanía empezaba a mostrar hacia la política. El segundo grupo de personas era al que no le importaba el cambio político, pero empujan por el solo por el simple afán de que aquellos políticos que llevaban décadas en sus cargos se apartaran para que ellos, los que estaban sentados en el banco de suplentes, se tomarán esos espacios, es decir que a estas personas solo les importaba el cargo, aunque eso implicara convertirse en otro rancio político. Pues resulta que ese segundo grupo de personas son los que hoy tienen un escaño dentro de la bancada cyan.
Tras aquella pugna de ideas en medio de la crisis de los partidos políticos, llegó un outsider para aprovecharse de la terquedad de las cúpulas. No hace falta contar más, aquel outsider hoy se sienta en la silla presidencial. Lo cierto es que necesitaba gente manipulable en espacios en donde pudiera implementar sus planes dictatoriales. Y qué mejor que aquel grupo de personas que estuvo sentado en el banco por tanto tiempo, eran perfectos. Habían acumulado el resentimiento suficiente para repetir hasta el cansancio discursos populistas y polarizantes que hoy corean, y al carecer gravemente de sustancia política estarían dispuestos a hacer lo que se les pidiera con tal de estar cómodamente sentados en el cargo que siempre anhelaron.
Durante estos últimos casi dos años hemos escuchado lo que estos legisladores tenían que decir y no era mucho. Por eso es que siempre hablan de los culpables del pasado, porque lo único que conocen es el resentimiento que almacenaron mientras estuvieron tanto tiempo sentados babeando por un hueso, lo que omiten decir es que ahí estuvieron, pero no hicieron nada. Ahora que están en el poder, queda en evidencia su falta de ideas y su falta de capacidad. ¿Cuántas iniciativas de ley audaces han presentado? ¿Qué reformas innovadoras han liderado?, ¿qué prácticas del pasado han suprimido para distinguirse de sus antecesores? Incluso quienes desde el fanatismo político les apoyan, son sabedores que como diputados solo hacen lo que les dictan desde Casa Presidencial.
Maquiavelo decía que algunos políticos existen por fortuna, por mera casualidad. Ese es el caso de los diputados cyan, están ahí porque para fortuna de ellos, resultaron ser útiles para el plan del dictador. Esta es la verdadera historia de cómo un puñado de oportunistas e incapaces, llegaron a apretar botones.
Comunicólogo y político