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Chambre

Las redes sociales han llevado este fino arte a extremos insospechados. Antes, hace treinta años, poca gente hablaba de las intimidades de la realeza europea. Ahora cualquier “shuco”, como diría un buen amigo mío, le habla de Megan, Estefanía o de Letizia como si tomara el té de las cinco con ellas cada semana.

Por Jorge Alejandro Castrillo
Psicólogo

Pocas veces se ha interesado tanto en conocer el contenido de un artículo como ahora que leyó el título, ¿no es cierto? Leyó la palabreja y muchas preguntas vinieron a su cabeza inmediatamente ¿qué chambre va a contar? ¿De quién se trata? ¿En el periódico? ¿Sabe este señor el riesgo que se corre al publicarlo? ¡Preso va a termina por chambroso!, como muchos otros lo están ahora por culpa de un vecino mal intencionado y chambroso.

Creemos que todo el mundo, hasta niños de cinco años, sabe lo que significa la palabra. ¡Pues no! Consulte usted a nuestro buen amigo españolito, el DRAE, y se dará usted con la sorpresa que es una palabra muy poco conocida. De hecho, la conocen en Málaga, donde significa pillo o pillastre (Oye Serrano, que en verdad eres un pillo. No en balde te llaman pillín tus amigos) y en un pequeño país de Latinoamérica, El Salvador, donde significa chisme, voz que, a su vez, significa “noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna”. Interesante pero difícil hacer un diccionario, ¿no cree? Tan difícil, que Joaquín, en su “Real Diccionario de la Vulgar Lengua Guanaca” se lo saltó olímpicamente, de chambonada se pasa a chamiza, en una omisión que se le perdona sólo para que pueda decir que está trabajando en una segunda edición.

“¿Supiste lo que pasó a Ramirito al nomás hacer su primera comunión?” es el pie de entrada para que la otra conteste “No, niña, contame”. Y ¡para qué! Las horas siguientes serán una deliciosa sucesión de informaciones verdaderas o falsas que incrementarán el acervo chambreril de la persona.

Porque si bien es cierto que el chambroso o chambrosa usualmente ha tenido mala prensa, también hay que reconocer que la persona que pretenda descollar en esta extendida práctica sus habilidades especiales debe tener. NO cualquiera es buen chambroso o chambrosa. La edad ayuda, obviamente: entre más se ha vivido, más se sabe de las gentes. Pero no basta, hay que tener una excelente memoria. ¿Cuántas veces le ha pasado que sólo cuando la afilada lengua con la que usted interlocuta (no lo busque, es impropio decirlo) va ya por la mitad del chambre, recuerda usted haberlo oído antes? Edad y memoria ayudan. Rasgos de personalidad también: ningún introvertido será buen chambroso. Coloquialmente se les dirá metidos o aventados, pero para que suene mejor diremos extrovertido o socialmente atrevido. Para ser un buen chismoso/a necesita usted de una red social que alimente su “banco de chambres” por así decirlo. A los que no lo somos (lo digo sin ningún tinte, ni positivo ni negativo) nos asombra la capacidad que algunas personas tienen para recordar todo, todo, todo, lo que hay que recordar sobre las demás personas. No se les olvida nada. Y todo pequeño detalle suma y abona.

 “De casta le viene al galgo el ser rabilargo” dice el refrán. A algunas personas, lo del chambre casi que les viene dado por herencia. Obvio, como dicen ahora los todos los argumentativos adolescentes que nos rodean, lo que la herencia determina, más que la cualidad de chambroso, es  el círculo que le alimenta de información así como la facilidad para “ponerle cara al cuento” o sea asociar el chambre a caras específicas. No es lo mismo que le cuenten algo de alguien con quien usted se relaciona con regularidad que de alguien que sólo ve cada diez años. Por eso es que los círculos de gente que se frecuenta regularmente son los medios en que las especies proliferan en mayor cuantía. “Niña, ¿y será cierto lo que me contaron de ….?” es una frase usual para iniciar una pesquisa confirmatoria de la información que se posee.

Las redes sociales han llevado este fino arte a extremos insospechados. Antes, hace treinta años, poca gente hablaba de las intimidades de la realeza europea. Ahora cualquier “shuco”, como diría un buen amigo mío, le habla de Megan, Estefanía o de Letizia como si tomara el té de las cinco con ellas cada semana.

Parece que amerita otra entrega. Por ahora me resta únicamente desearle una Navidad feliz en la compañía de los suyos. Recordar lo que celebramos más que cómo lo hacemos. Y hacer lo posible porque, en verdad, ese Niño que nos nacerá lo haga también en nuestros corazones. Y que se quede en ellos todo el próximo año. Por lo menos.

Psicólogo.

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