En el año 2011, trabajaba con el área de RSE de una empresa. Al buscar en una lista de fundaciones con las cuales colaborar se decidió apoyar a una que trabajaba con niños VIH positivos. Para el 2011, cualquier persona que se molestara en “googlear” sabía que los avances médicos permitían tratar el VIH con retrovirales y que se había descubierto que el VIH no era transmisible por el uso de un baño ni por la saliva. Increíblemente, con excepción de dos lugares, no se le alquilaban ni prestaban a dicha fundación espacios públicos ni privados “porque los niños iban a contagiar a la gente”.
Finalmente, alguien me recibió para coordinar un paseo para los niños en un espacio privado. Platicamos amigablemente al inicio de la reunión. Sin embargo, cuando le mencioné para quiénes solicitaba el espacio, se puso rojo, rojo, rojo. “Licenciada”, me dijo, “no se lo puedo dar. No es por el contagio. Es porque son hijos de mujeres de vida fácil. La enfermedad de estos niños es el castigo de Dios por ser inmorales. No espera que, como empresa, apoyemos eso, ¿verdad?”.
Los que me conocen saben que me cuesta enojarme. Pero la respuesta me enfureció, y me enfureció aún más porque fue dicha frente a una imagen de la Virgen de Guadalupe con el rosario cruzado y un crucifijo colocado estratégicamente detrás del escritorio. Si él estaba rojo de la cólera, yo estaba morada. Recogí mi cartera y, mientras me paraba, le sugerí que quitara sus imágenes y mejor leyera Mateo 25 y luego salí tan ruidosamente como me fue posible.
Ya en el carro lloré a moco tendido de la impotencia ante semejante injusticia. ¿Qué culpa tenían los niños de que sus madres fueran “fáciles o drogadictas”? Algunos de los niños venían desde La Unión para su tratamiento, traídos por las abuelas que, a su vez, eran discriminadas en sus pueblos. Un niño no escoge nacer; hay toda una actividad fisiológica para que la concepción ocurra. Ellos no habían escogido a sus madres y menos a sus mayormente desconocidos padres.
Y casi once años después, me lo volví a preguntar mientras leía otro reportaje sobre los ñiños de un municipio del interior del país. No pienso discutir el lado político para no entrar en polémica y concentrarnos en el tema. Resulta que, como estaba en la edición web, al llegar al final del reportaje había comentarios. Me sentí horrorizada. Traslado algunos de los que me revolvieron el estómago: “Se lo merecen por ser hijos de pandilleros”. “ Tienen que sufrir por el pecado de los padres”. “¿Para qué tienen hijos si son malos?”. “Mejor que se mueran de hambre para que “haiga” menos”. Se hablaba de la culpa de los padres, pero ¿y los niños? ¿En serio se les estaba trasladando la culpa?
Asumamos que los padres encarcelados de estos niños y de otros miles de niños fueran todos cupables, aunque el mismo Sr. Presidente ha hablado de un margen de error. Al igual que los niños VIH positivos, ¿en qué momento escogieron estos niños a sus padres? ¿Qué clase de ser humano puede desear que niños pequeños sufran o mueran de hambre? ¿En qué soluciona eso el problema coyuntural?
Todos sabemos que los problemas que estamos enfrentando fueron causados por la desintegración familiar y el abandono infantil, además del daño psicológico y moral que muchos niños padecieron al ser reclutados o ver a sus padres ser asesinados frente a ellos durante el conflicto armado. ¿No es hora de que como sociedad y como país busquemos romper con el ciclo de violencia cuidando a estos niños en lugar de desear que se mueran de hambre?
Los niños no representan partidos; no representan ni oficialismo, ni oposición. Los niños son nuestro futuro y es nuestra responsabilidad como sociedad y, como país, buscar que sean hombres de bien, independientemente de sus raíces. Se deben utilizar todos los recursos posibles para educar a ciudadanos honestos y para garantizarles justicia. Si por algo debería haber diálogo entre el gobierno, las ONG dedicadas a la niñez y la sociedad civil, es por los niños. No podemos abandonarlos.
En el 2021, paré en una gasolinera del interior del país . Mi contacto directo con los niños de la fundación fue mínimo. Pero ese día, el joven que me puso gasolina me saludó. Mientras yo trataba de ubicarlo, se identificó como uno de los niños con VIH. Tenía 22 años, trabajaba y estaba acompañado. Aunque había optado por practicar el sexo seguro (también se ha probado que con terapia de retrovirales el contagio es mínimo y los se puede ser padres), el quería al hijo de su mujer como propio. Y me enseñó la foto de su familia. Parece algo ínfimo: un joven trabajando en una gasolinera. Pero cuando estos casos se multiplican por miles, se puede cambiar un país.
La pregunta es si esta va a ser la historia que se va a repetir dentro de diez años, o si se va a repetir el ciclo de odio, resentimiento, y violencia. Repito, los niños no pertenecen a un partido, son el futuro. ¿Queremos hombres y mujeres de bien? Preguntémonos ¿y los niños? Espero que se creen mecanismos para que estos niños tengan un acompañamiento psicosocial, que garantize,a futuro, una cultura de paz.
Educadora.
Educadora.