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CRÓNICA: las evacuaciones en una tormenta anunciada

Alrededor de 60 viviendas en la playa El Tamarindo, departamento de La Unión, están condenadas, todos los años, a que las fuertes lluvias acaben con las pertenencias de sus habitantes, esas que les cuesta mucho recuperar.

Por Graciela Barrera | Oct 26, 2022- 06:00

Ese domingo 9 de octubre de 2022, un aire de tranquilidad rodeaba 60 hogares a la orilla de la playa El Tamarindo, en el departamento de La Unión.

Niños en sus bicicletas, otros jugando al escondelero y sus padres a la espera de las tortillas en el negocio de Ana Arévalo, quien ve ocasión para relatar que ninguna tormenta ha detenido su negocio en más de diez años.

La tormenta Julia no parece alarmar a Ana ni a sus clientes. Es más, se divierten porque hay periodistas en los alrededores y van a “hacerse famosos”, comentan todos, entre risas. Por años, las familias de este punto remoto de El Salvador, muy cerca de la frontera con Honduras, han sido vulnerables frente a los fenómenos naturales.

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En sus palabras relatan que ya han “normalizado” el riesgo de sufrir inundaciones, aunque, en el fondo, saben que hay algo que no está bien al hacerlo, pero argumentan que “nadie les ha dicho mayor cosa y que las autoridades saben lo que hacen”.

Más adelante, entre los pasillos, de casi un metro de ancho, que se forman en medio de las viviendas, en su mayoría construidas con láminas y pedazos de madera, están José Hernández y su familia. Su esposa, con una sonrisa que advierte amabilidad, prepara la masa para las tortillas que elaborará para el almuerzo. Además, reparte y tira, a cuatro perros, bolitas de masa, y su nieto, que no tiene más de tres años, la acompaña.

José Hernández, cercano a los 60, lleva toda su vida en El Tamarindo y dice que, hasta ese momento, a pocas horas de anochecer, no tienen un plan como familia en caso de que la tormenta Julia complique la situación en su vivienda.

Tampoco las autoridades le informaron en qué momento iniciará la evacuación a un albergue. Han escuchado sobre ello pero no tienen claridad, pese a que solo faltan horas para que los vientos y las lluvias de la tormenta ingresen al país.

El único plan de la familia es observar si se agrava la situación para poder salir de su casa, aunque José dice que es complicado irse, porque no poseen un lugar en donde refugiarse; tampoco quieren dejar atrás las pertenencias que les ha costado mucho tiempo y trabajo adquirir.

Aunque la comunidad parece estar sola, a la distancia se escucha la voz de un hombre, está orando y pidiendo por cada habitante de ese lugar. Muchos lugareños se encuentran ahí, tal cual acostumbran los domingos: asistir a la iglesia. El Tamarindo es una congregación evangélica.

José, aunque no asistió a la iglesia ese domingo, se aferra a la voluntad de Dios.

En una casa, fabricada con láminas y con piedras sobre el techo, para que los fuertes vientos no se lo lleven, viven también un niño de dos años, una niña de nueve años, una anciana de 87 años que es no vidente y los esposos Barahona.

Ellos, desde el mediodía, estaban preparando sus maletas con todo lo necesario para irse del lugar, en cuanto las autoridades llegaran a buscarlos. Sin embargo, aunque los pronósticos anunciaron las lluvias con suficientes días de antelación, hasta ese día, a unas horas de que la tormenta ingresara en territorio salvadoreño, las familias no tenían claridad sobre el plan y el momento en que llegarían por ellos.

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Entre la incertidumbre de lo que escucharon por ahí, de lo que nunca antes se ha hecho, de lo que quizá sea bueno hacer, de la fe en Dios, de la esperanza que la tormenta Julia pasará de lejos, las familias esperan en medio de una tensa calma a que algo ocurra. Nadie les dice nada.

Tres horas más tarde, a poco menos de cinco horas del momento en que el pronóstico indica que comenzará lo peor, las autoridades aparecieron. Muchos con sus chalecos naranjas, otros con sus trajes azules, otros con sus trajes verde olivo y varios equipados sólo con cámaras. La familia Barahona es una de las primeras en ser evacuadas.

Con ellos, otros habitantes comienzan a salir para subirse a microbuses, algunos tan pequeños que obligará a las autoridades a hacer más de un viaje, entre fuertes vientos y rodeados de árboles. En todo aquel movimiento, dos mujeres, con sus chaquetas con el escudo de El Salvador, platican con los pobladores.

Parecen estar recopilando datos importantes para el traslado de los evacuados, pero al escuchar la conversación, la realidad es que su interés gira alrededor de las fotografías: “se hubiera metido ahí para salir en la foto”, “Póngase”, le dicen a las personas que cargan lo poco que pueden llevarse.

Esta fue una constante durante toda la evacuación de las personas que viven en zonas vulnerables de esa ubicación en La Unión. El cielo comenzó a nublarse más y el viento ya abrazaba a El Tamarindo, la tormenta Julia enviaba más señales de que los pronósticos eran reales. Las autoridades tocaban las puertas de aquellos habitantes que aún no estaban convencidos de dejar sus hogares, los fotógrafos los seguían de cerca.

Algunos residentes siguen esperando que la situación sea realmente grave para salir de sus hogares, a pesar de ser un lugar constantemente golpeado por las consecuencias de inundaciones y fuertes tormentas.

El albergue al que las familias de El Tamarindo fueron trasladadas se encuentra en el Distrito Municipal de Conchagua, cantón Las Tunas. En ese lugar, alrededor de 50 personas esperaban protegerse de la tormenta Julia.

Entre camarotes, niños juegan como si estuvieran dentro de un laberinto, adultos mayores reposan, y su rostro refleja cansancio. Otros hacen llamadas telefónicas para avisar que están bien y seguros. La tormenta grita fuerte afuera.

Mientras, las autoridades reparten paquetes: papel higiénico, pasta y cepillo de dientes, jabón, etc. Los fotógrafos que llegaron con las autoridades hacen entrevistas: “tres, dos, uno…” y los evacuados no tienen otra opción que decir gracias con la mente en todo lo que el agua se está llevando en ese mismo instante.

Alrededor de las ocho de la noche, los vientos incrementaron y, con ellos, las gotas de lluvia dolían un poco más. Las evacuaciones siguen, de preventivas no tienen mucho, la tormenta está encima, la noche alrededor, el tiempo para prevenir quedó varias horas atrás, lo que sucede ahora es una sórdida esperanza de que no pase lo peor. En equipo se dirige al caserío El Havillal, cantón Ciprés, municipio de Conchagua.

Entre muy poca luz y lluvia abundante, las autoridades seguían utilizando palabras de manual, muy apropiadas para ser grabadas en video. el tiempo apremiaba y las familias seguían a la espera de indicaciones. Cuando algunos accedieron a evacuar sus hogares, también construidos con láminas, los primeros en salir fueron niños y niñas. Los bomberos parecían actuar en automático: tomaban a uno de los niños en brazos, buscaban el lente de la cámara: “tres, dos uno…” procedía la evacuación. Julia parecía enfurecer.

Agentes de la PNC, Protección Civil, Bomberos y la Fuerza Armada se desplazaron en grupos, como si fueran actuando sobre la marcha, como si el plan era dirigido por el equipo de fotógrafos. Sin tener certeza total de si hace falta evacuar a más personas, los agentes deciden irse del cantón para llevar a las personas al albergue, hay suficientes imágenes.

El saldo de la tormenta es cruel: diez personas perdieron la vida, hay centenares de salvadoreños damnificados, miles albergados, cultivos perdidos, ríos desbordados y centenares de fotografías heroicas. Una vez más, la historia se repite; pareciera que el país nunca está suficientemente preparado para lo realmente importante.

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