Con la invasión de Ucrania, que comenzó con el reconocimiento por parte de Rusia de dos gobiernos establecidos por los mismos rusos en Donetsk y Luhansk en el extremo oriental de Ucrania, y con la invasión inmediata de esos lugares por tropas rusas supuestamente para pacificar esa región, Vladimir Putin y su gobierno han llevado al mundo de regreso a varios períodos que ya se consideraban superados en la historia del mundo moderno.
La concentración de tropas rusas al este y al norte de Ucrania con propósitos puramente ofensivos (200,000 soldados) es la más alta que ha habido desde la Segunda Guerra Mundial. El ataque a un país para robárselo, que es lo que Rusia está haciendo, tampoco pasaba desde esa guerra. Los trucos que Putin ha hecho para que parezca que los problemas los ha creado Ucrania y que él se ha visto obligado a enviar tropas a capturar territorio ucraniano son similares a los usados por Hitler cuando invadió Polonia fingiendo que tropas polacas habían atacado a tropas alemanas en la madrugada del 1 de septiembre de 1939. Los argumentos que Putin está usando para tratar de justificar su invasión son iguales a los que Hitler usó para invadir y desmembrar Checoeslovaquia en 1938. Hitler dijo que lo estaba haciendo para proteger a alemanes que vivían en Checoeslovaquia de los ataques del gobierno de ese país. Putin dice estar defendiendo los derechos de rusos que viven en las provincias invadidas hasta ahora.
Pero hay otro argumento que Putin está usando que va mucho más atrás, al siglo XIX, en su razonamiento: que Rusia tiene derecho a tomarse Ucrania entera para mantenerla bajo su control como zona de protección para su defensa contra la Unión Europea (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). ¿Y por qué, de dónde sale este derecho? Putin no lo dice pero es obvio que él piensa que surge de la fuerza bruta porque no hay ninguna razón para que la UE no le diera la vuelta al argumento y dijera que ella tiene que dominar a Ucrania para que funcione como una zona de protección contra la agresividad rusa. También es un argumento que no tiene límite hasta conquistar el mundo entero, porque siempre habrá un territorio adyacente que hay que conquistar para proteger al imperio ya existente. Esos argumentos, también usados por Hitler, que eran aceptados en el siglo XIX en términos internacionales, ya no lo eran ni en la época de Hitler porque contradicen todo el avance que se ha hecho desde entonces en términos de aplicar el imperio de la ley en las relaciones internacionales.
También contradice los avances del pensamiento y la práctica de la democracia que han tenido lugar en los últimos doscientos años en sociedades individuales. Putin, de un plumazo, quiere negarles a los 46 millones de ucranianos sus derechos ciudadanos de vivir libremente en su país y elegir a sus gobiernos y a sus aliados internacionales porque le da la gana a Putin. Y, mostrando claramente que es un psicópata, está dispuesto a derramar la sangre de muchos, ucranianos y rusos, para satisfacer su deseo.
O más bien dicho, para comenzar a satisfacer un deseo que es infinito, porque el ansia de poder, como la envidia en donde siempre se afinca, jamás se sacia. Ya Putin ha dicho, de una manera vaga pero bien entendible, que él quiere volver al mundo a la situación en la que estaba cuando colapsó la Unión Soviética. Quiere tener los parachoques que tenía la Unión Soviética en muchos países que ahora son independientes, controlando, sólo en Europa, como en un imperio descarnado, a Bulgaria, Rumania, Hungría, la República Checa, Eslovaquia, Lituania, Estonia y Letonia, y Polonia. Todos estos países, que por más de cuarenta años sufrieron el dominio implacable de la Unión Soviética, y que desde el colapso de ésta han recuperado las democracias que tenían antes de que ella los invadiera, volverían, en la imaginación de Putin, a ser las esclavas directas de Rusia—no indirectas, a través de la Unión Soviética.
Esto es lo que Putin quiere negociar cuando dice que quiere regresar al final de la Guerra Fría. Que le regalen a todas las poblaciones de todos esos países para esclavizarlos como los esclavizó la Unión Soviética.
Como lo discutí en un articulo anterior, Putin está jugando un juego bien peligroso para Rusia para satisfacer un ego ilimitado. Y pareciera que lo está ganando, porque las sanciones que el occidente ha anunciado—excepto las de Alemania, que incluyen el detener la autorización de operación de un enorme gasoducto que viene de Rusia—son bastante suaves. Puede ser que, como en Múnich en 1938, lo esté haciendo para ganar tiempo a prepararse para una guerra larga. Pero en ambos casos, el resultado sería nefasto para el mundo—un nuevo imperio ruso, o una guerra terrible. ¡Y hay gente que todavía lo admira porque, igual que un psicópata, no le importa sumir al mundo entero en una miseria de la cual nadie saldrá bien!
Pero así es la vida. Hay gente que besa las cadenas, aquí y en todo el mundo.
Máster en Economía
Northwestern University.